
Hay una expresión que siempre me pone alerta: «problemas del primer mundo». Creo que la usamos para advertir a otros de que lo que nos preocupa, en realidad, es una nadería, casi un falso conflicto, si lo comparamos con los problemas reales. Aun así, no es una expresión afortunada y, aun así, recurro a ella, porque las contradicciones también forman parte de nuestra existencia: ahora mismo siento que me aplasta un problema del primer mundo escritoril. He tenido la suerte, la maravillosa y bendita suerte, de ganar el premio Gran Angular. Y digo «suerte» porque lo es, porque seguro que había otras obras con una calidad pareja a la de mi novela y ha sido algún detalle insignificante el que ha inclinado la balanza a mi favor. Otras veces habrá pasado al contrario y me habré quedado fuera de un premio por una nimiedad (dice ella, justificándose).
Ganar un premio como el Gran Angular es un sueño que supera incluso los delirios más locos. No solo por el cariño, del que he hablado hasta quedarme afónica, ni por el dinero ni por los dos millones de whatsapp que he respondido. Ni siquiera por la radio, la televisión, la foto con la reina en el ¡Hola!, los directos de Instagram o los mensajes pidiendo colaboraciones de gente para la que hace seis meses no existía. Es que, si hay un Olimpo de la Literatura Infantil y Juvenil, la puerta la custodian Barco de Vapor y Gran Angular. Dicho así, suena prepotente. Lo es, de hecho. No soy mejor escritora que hace unos meses ni estoy por encima de otros escritores que no lo hayan ganado, pero creo que cualquiera que lo lea sin buscar segundas intenciones entenderá a lo que me refiero.
El problema, mi problema del primer mundo escritoril, es que ahora siento que ese listón superado es una marca que señala la altura mínima en el siguiente salto. ¿Quién dice que no haya sido una casualidad? ¿Y si nunca soy capaz de escribir otra novela parecida? Jordi Sierra i Fabra grabó un mensaje para la gala de entrega de premios el que me preguntaba cómo me sentía formando parte del escogido grupo de ganadores de los premios SM y yo, más chula que un ocho, le respondí que había hecho cumbre, pero que se puede hacer cumbre (él es un buen ejemplo) más de una vez. En fin, estaba borracha de éxito y cariño, en una gala preciosa, y no medí la respuesta.
Un par de semanas antes de saber que había ganado, publiqué un artículo hablando de escribir con los pies en la tierra, contando que me había presentado al Gran Angular el año que lo declararon desierto y que había aprendido que hay que controlar las expectativas al escribir. ¡Ja!, menuda broma del destino. Es como si todo el tiempo de autoterapia para saber dónde estoy hubiese desaparecido y los dados me hubieran llevado hasta la casilla de «vuelva al inicio». Desde aquella llamada, he escrito poco y mal, con el peso y el deseo de escribir algo que esté a la altura. Sea cual sea la puñetera marca en la pared que dice hasta dónde debo llegar.
Es, ya lo he dicho, un problema del primer mundo, una falacia, porque habrá mil escritores lamentando la mala suerte de no haber ganado y de no tener abierta esa puerta al Olimpo. Hasta resulta obsceno quejarse por ganar un premio, así que, a esa sensación de impostor que se cuela entre los elegidos, podría añadir el sentimiento de culpa por quejarme.
No me quejo.
En realidad, no me quejo, solo tengo miedo.
Sé lo que es el síndrome del impostor, incluso lo enseño en mis talleres. Pero reconocer y vencer son dos cosas diferentes. Los últimos seis meses han sido una locura y escribir se ha convertido en algo difícil por un montón de razones: falta de tiempo, hartura de pandemia, exceso de trabajo, calor, frío. Expectativas. Porque puedo disfrazarlo de mil razones, pero hay una que vuela por encima de las demás: las dichosas expectativas. Vuelvo a aquellos días en los que una crítica acertada y generosa hacía tambalear mi autoestima, vuelvo a cuestionarlo todo, a cuestionarme. A temer que me echen a patadas del Olimpo cuando descubran quién soy. Y sé que se pasará, porque solo es eso, un problema inventado.
Pero asusta como si fuese real.
Querida, no sabes lo bien que te entiendo. Pero, desde aquí, te digo que lo que tú escribes tiene un gran valor desde todos los puntos de vista (y también antes y después del Gran Angular). Qué difícil es reponerse de esos ataques de inseguridad. Lo dicho, es cosa de nuestras cabezas, así que, valor y a la escritura.
Ay, Lola. Sé que me entiendes porque creo que cualquiera que escriba me entiende, pero te agradezco mucho que me lo digas :-). Gracias y un beso enorme.
No me extraña en absoluto que te pase eso. Me sentiría excatamente igual, bajo ese síndrome d l impostor, pensando cómo había sido posible que les hubiera engañado. Creo que es parte del proceso, d la evolución de esa etapa. Estamos a tu espalda para recordarte que antes y después escribes y llegas al lector maravillosamente bien.
Tengo las espaldas mejor guardadas del mundo, mil gracias, Amaya.
Estupenda reflexión. Honesta y bien expuesta. Yo siempre digo que cada uno se queja en la medida de lo que tiene, así que tienes derecho a quejarte de ese “problema del primer mundo”. Y tómate tu tiempo para quejarte, para que se aposente el éxito de la mano del síndrome del impostor. Cuando sólo sean posos, los tiras y a por otro éxito, que seguro que te llegará. No, no te llegará, llegarás tú a él con tu esfuerzo y tu buen hacer. Enhorabuena.
Muchas gracias, Isabel. Es una gozada tener alrededor tanto cariño, de verdad.
Hola,
Mi tutor de tesis, también un buen amigo mío, me dijo una vez que tenía un defecto: que no celebraba bien mis victorias pero sí que me regodeaba en lo que había salido mal. Y es verdad. Cuando hago algo bien (una clase, un taller, lo que sea) no me paro a disfrutar sino que empiezo a buscar los fallos para la siguiente edición, mejorar la siguiente clase, charla, etc.
Sé lo jodido que es eso que cuentas (y como soy psicólogo pues eso me da un SuperPower extra para decirte lo que ya sabes y cuentas: que es jodido eso!) Creo que debajo de eso está la idea (oculta en las sombras de la mente – y de la sociedad, que también tiene su miga) de asumir que el camino es siempre hacia delante y hacia arriba. La cumbres… llegar y mantenerse, o ir a más. Y no, yo creo que es más como una espiral: pasamos muchas veces por el mismo sitio aunque no sea exactamente el mismo sitio: es una espiral, no un círculo.
Te conozco sólo por redes y te he visto en vídeos y directos. Todo lo que transmites es bueno. Tienes todavía mucho por decir y contar, en cumbres o en llanos.
Por último aprovecho para citar a mi mentora en casi todo: Madonna. De entre las muchas razones por las que me gusta una es su (a veces agónica) huida hacia delante. Saca un disco, un look, una canción, una polémica… un éxito, y antes de que se asiente el polvo del revuelo ya esta en otra cosa, casi seguro con un look diferente, un productor distinto, unas influencias nuevas. No mira mucho atrás (o casi nada); desde luego no lo hace cuando la cosa la sale regular pero tampoco cuando toca el cielo. Ese “hacia delante siempre” me gusta. Y supongo que cuando pasa algo como ese premio maravilloso que te han dado a ti es normal decir “ahora qué?” Pues ahora, p’alante. Otro disco (bueno, otro libro salvo que te lances a la música).
Muchas gracias por compartir esto. Un abrazo!!!
Gracias, Óscar. Me encanta la idea de la espiral y voy a grabármela en el cerebro. ¡Un beso enorme!
¡Pues acabas de humanizarme el triunfo y el reconocimiento! O sea, que también ahí se cuelan las expectativas, venenosas ellas.
Cuando quieras te invito a unas gominolas de colores como las que me estoy comiendo ahora o como las que “compartiste” sin querer un día en el metro. La reina se hubiera muerto de risa al leer tu relato, como yo y tantos que sabemos de tus muchas cumbres previas a esta, tan oficial. Así que nada, a torear las expectativas (parar, mandar, templar) o a disolverlas en las olas, que tú eres muy de mar 😜
Por favor, Ninoska, quiero esas gominolas ya. Y si no tengo que robárselas a nadie, mejor 🙂 Anoto lo de las olas y prometo hacerlo en cuanto llegue al mar 🙂
Mi querida Chiki, mi profesora de mil años atrás, ser humano que nos muestra todos los días sus estrías en el metro, dibujándonos una sonrisa para comenzar, a veces, un difícil día. Talento que sobra. Disfrútalo Chiki, no estás en la cumbre: tú eres cumbre.
Enhorabuena !!!
Liana, muchas gracias. Por tus palabras y por esa confianza 🙂