
A escribir con los pies en la tierra también se aprende. No es que sea un aprendizaje dulce ni amable, o al menos no siempre lo es, pero es un ingrediente tan imprescindible en este guiso como el de aprender a manejar un narrador o trazar un buen arco de personaje.
La primera vez que terminé una novela todo me pareció fácil. Pensarla, escribirla, corregirla… Y me gustaba tanto que la presenté al premio Gran Angular, ni más ni menos, con el firme convencimiento de que iba a ganarlo. No es que albergase esperanzas o que pensara que, al menos, me leerían y le darían una oportunidad, no. Iba a ganarlo. Punto. No me compré el vestido para la entrega de premios por un milímetro.
Lo declararon desierto.
Que te gane otro autor, otra novela, tiene un pase. Tal vez el jurado se ha dejado encandilar por cantos de sirena, tal vez, solo tal vez, esa otra novela esté muy bien escrita y cuente una historia original, tan digna del premio como la tuya y algo nimio, insignificante, ha hecho que se inclinen por ella. Que lo declaren desierto, en cambio, es una ducha helada de realidad.
Desde entonces he participado en concursos y no he ganado, he enviado originales para valorar y me los han rechazado amablemente. A veces, incluso, no me han respondido. Han descatalogado la novela con la que yo pensaba revolucionar la literatura juvenil. Dejo que el desánimo y el exceso de optimismo se den codazos y mantengo su pelea más o menos en tablas. En esto no hay, o yo no lo he encontrado, un momento revelador, un punto de no retorno ni una transformación epifánica. Solo es algo lento, como el goteo de ese grifo que no cierra del todo o la planta que crece en la ventana.
Leo las novelas que ganan los premios o las que triunfan entre los lectores con una mezcla de placer, curiosidad, deseo de aprendizaje y admiración. Y un puntito de envidia, para qué negarlo. Qué bien escriben nuestros autores de LIJ, jolines.
Me sigo presentando a concursos, claro que sí. Sigo mandando originales para considerar. Pero ahora tengo los pies bastante más en la tierra. Ya no espero la llamada de un editor rendido a mi escritura que me agradezca sinceramente la participación en el concurso o el envío no solicitado porque su editorial necesitaba justo mi novela, no espero que me diga que en todos sus años de experiencia no había leído nada tan bueno. Pero lo esperé. En su momento lo esperé y creo que es importante reconocerlo. Para mí lo es. Ahora que sé que no cargo sobre mis hombros el mundo de la literatura infantil y juvenil, me duelen menos los brazos. Y el orgullo, sobre todo me duele menos el orgullo.
Ahora apoyo los pies firmemente, como si tuviera que sujetar el mundo, pero soy menos diosa, menos diva. A veces creo que soy Atlas liberada.
Otras no.
Otras me lamo los arañazos de las yemas de los dedos para darle a las teclas un poquito más sin que escueza.
Jo, Chiki, qué bien nos retratas a tanta gente. Lo bueno es que siempre podemos seguir escribiendo.
Muchas gracias, Juane. Ojalá siempre nos queden ganas.
Un amor, de verdad que contiene.
Espero parte II, III…
Gracias, Nuchi. A veces creo que todo lo que escribo en este blog es lo mismo, pero con diferentes metáforas 🙂
Guau mi querida maga verde y maestra. Tremenda lección nos das. Que orgullo conocerte.
Ay, que me sonrojo, Mariesther. Un beso enormísimo y muchas gracias.
Cuánto compartido y, sin embargo, no me preguntes por qué, cada no triunfo me provoca escribir algo nuevo. La primera vez que concursé me hice la firme promesa de que nunca presentaría dos veces el mismo relato, novela, álbum, a dos concursos. Así, si no ganaba, al menos aumentaría mi número de escritos, mi experiencia … Qué suerte esa sensación de Atlas liberada. No sé porqué, siempre que veo a Atlas me dan ganas de hacerme cosquillas.
Mientras nos queden las ganas de seguir, todo se da por bien empleado, Amaya. Un abrazo
¡Hola! Supongo que es bonito ver que saliste de ese feo “premio desierto” y que (tan solo un año después) has sido la ganadora del Gran Angular. Enhorabuena por el Cofre de Nadie (encontré este artículo buscando información sobre la novela). Un saludo.
Hola, Claudia, gracias por escribirme.
No, no, entre el premio desierto y mi premio pasaron cinco o seis años y muchos concursos 😊 Yo siempre me presento a los concursos como forma de contactar con las editoriales más que buscando el premio (que si llega, bienvenido sea).
Un abrazo.
¡Qué bueno! ¡Qué ducha de realidad, sin que eso quite la esperanza (y no es juego de palabras con tu nombre, jeje)! Gracias por el artículo.
Gracias a ti, Adela, por venir de visita 🙂