
Hace mucho que no haga una reseña, pero es que hay libros… hay libros que son vida. Los de Mónica Rodríguez siempre lo son. Un gorrión en mis manos, maravillosamente editado por Lóguez, me llegó el sábado y lo terminé el lunes. Al cerrarlo escribí a Mónica y le dije que la odio. También le dije que la admiro. La admiro por cómo escribe, por lo que escribe, por ese riesgo de meterse en el barro hasta la cintura y que parezca que nada en agua transparente.
Hablo a veces con Javier sobre sus libros, sobre su escritura. Hablo de los libros de Mónica con mucha gente, en realidad, porque lo bueno hay que compartirlo y si no lo hago arderé en el infierno de los egoístas que guardan para sí los tesoros, pero, sobre todo, porque cuando cierro una de sus historias necesito comentar cada frase, cada personaje atípico, o muy típico, cada conflicto resuelto. Y también porque sus libros están en esa frontera entre la literatura para niños y la literatura general, esa frontera en las que nos gustaría habitar a muchos, que es niebla sin líneas rectas y en la que caben todos, grandes y pequeños, y eso me parece un logro que no debería pasarnos inadvertido.
Un gorrión en mis manos, que esto pretendía ser una reseña, es una historia dulce y amarga, de infancia y de adultos, de vida. De una niña que descubre que los afectos no tienen género y que el tabaco es amargo. Y la vida. También descubre que la vida es amarga. Y sabe a mar, huele a mar y a rocas y a sidra, porque Mónica maneja muy bien el mundo de los sentidos y es capaz de meter un pueblo costero con todos sus detalles en unas pocas páginas.
Me decía Raquel, una alumna a la que le he recomendado el libro y que ha tardado un par de días en leerlo y venir a comentármelo, que se queda con la sensación del viento pasando entre las piernas y moviendo la falda. Yo también. Yo también me quedo con esa sensación.
No puedo hacer un resumen sin desvelar parte de la trama. Ni quiero. La protagonista es una niña infantil y madura, a partes iguales, según lo que tenga que afrontar. Y se enfrenta a sí misma cuando descubre que otra chica le hace sonreír sin motivo. Es una historia de amor, de descubrimiento, de infancia. Sí, insisto, de infancia. Insisto porque está lejos de los que algunos creen que debe ser la literatura para niños, esa que lo dulcifica todo, esa en la que todo es felicidad y conflictos resueltos. Está lejos de la simplicidad y muy cerca de lo simple y, de tan simple, bello.
Y por eso la odio.
Y por eso la admiro.
Lo lograste, ¡caí! Y ya quiero que lleguen el libro y el fin de semana para colarme en esa brisa y ese mar.
Te va a encantar, Nuria. Tú ya conoces la sensibilidad de Mónica al escribir, pero este te encantará especialmente por su sutileza. Disfrútalo 🙂