
Hoy he escrito un mensaje de disculpa. Hace un par de meses leí un libro que me gustó mucho y, pese a conocerla, no le dije nada a su autora. Algo imperdonable, sobre todo porque sé de sobra el calor que dan esos mensajes que no esperas. En fin, Mónica querida, más vale tarde: La librería del Señor Livingstone me ha gustado mucho.
No es mi género ni mi estilo, eso le he dicho a Mónica en mi mensaje a deshoras, pero me ha gustado mucho. Y eso me ha hecho pensar en qué le pido yo a un libro. Y, lo de siempre, pensar y venir luego al blog a contar lo que he pensado es todo uno.
Por mi trabajo, leo muchos libros que no he elegido. Libros buenos, regulares, malos y malísimos. Pero nunca, nunca, me tomo esos libros como un disfrute literario, aunque me encanten. Es trabajo, los leo con el bolígrafo verde, con la mirada crítica siempre activada. Lo que esperan de mí sus autores es que les diga si funcionan o no, si pueden mejorarse y cómo. Esos libros no me enfadan ni me satisfacen, al menos no de la forma que lo hace un libro que he elegido libremente. No los disfruto, por muy buenos que sean. Es como si me activase un chip en el cerebro que me convierte solo en lectora crítica. Tal vez sea una putada. Tal vez me plantee más adelante pensar en ello y, luego, volcarlo en el blog. No es el momento ni son esos libros de los que quiero hablar.
A un libro le pido, solo (y no es poco), que no me engañe. No quiero que sea bueno, sublime, profundo, maravilloso. No siempre. No todo. No todo siempre. Quiero que sea lo que dice ser. Quiero que me cuente una historia de amor sin concesiones al adorno, si eso es lo que me ha llevado a leerlo. Quiero que esté lleno de aventuras sin lecciones morales, si elijo una novela de acción. Quiero que me divierta, a veces. Quiero que me haga pensar, otras. Pero no quiero que, si promete ser un libro de aventuras fantásticas, me deje un agujero en el estómago. No lo he elegido así. No en ese momento.
Sé que suena fatal. Sé que está alejadísimo de lo que alguien que se dice experta en literatura debería decir. Pero es que, incluso los buenos lectores, sobre todo los buenos lectores, necesitamos la certeza de que el libro va a satisfacer el deseo que nos ha llevado a abrirlo. Y tal vez mi deseo no es el que marca el canon del buen lector. Tal vez mi título autoimpuesto de buena lectora es un fraude y solo soy alguien que disfruta leyendo. Tal vez deba borrar lo de “buena lectora” de mi tarjeta de visita porque mis deseos no concuerdan con los de otros. Pero son mis deseos: cambiantes, caóticos, caprichosos. Y en la balanza de deseos cumplidos me importa poco lo que otros lectores marcan, por muy expertos que sean. Tal vez, solo tal vez, rozando los cincuenta me importa muy poco ya reconocer mis prioridades.
Todo esto porque me ha gustado un libro. No. Todo esto porque me ha gustado un género que desconocía y al que me he atrevido a lanzarme. Tiene un nombre horrible, el género, no el libro: feelgood. Horrible porque odio los nombres en inglés, pero acertado como pocos. Me he sentido bien. Gracias, Mónica, mil gracias.
La librería del señor Livingstone me ha contado una historia, muy bien contada, que solo pretendía eso, hacerme sentir bien. Y vaya si lo ha logrado. No es mi género, se lo he dicho a Mónica, y es verdad. No es el género que escribo ni el que leo habitualmente así que estoy doblemente agradecida por descubrirme algo nuevo. No es mi estilo, eso también se lo he dicho. Escribo con pocas palabras, no adorno. Ella sí. Pero lo hace de miedo. No añade descripciones innecesarias, sino que describe para que vea, para que sienta, para que toque la librería maravillosa en la que se desarrolla gran parte de la trama. No es mi estilo, no. No es el libro que hubiera escrito. Es, solo, y me río del adverbio, un libro que he disfrutado y que me demuestra, otra vez, que hay mil formas de contar. Y todas pueden ser buenas. Que a veces los lectores necesitamos que nos den un revolcón, que nos hagan sentir mal, que nos remuevan las entrañas. Y otras no.
Vuelvo al inicio: ¿Qué le pido a un libro? Si tuviera pupilas me arrancaría con los versos de Bécquer para terminar este artículo caótico. O igual no. A un libro le pido, como a la vida, como a la gente, que no me engañe.
Solo eso.
Todo eso.
Qué bien lo cuentas!!!