Hablar de Ojos azules en Kabul , de Anabel Botella, es hablar de dos novelas. No de una con dos partes, no. Dos novelas diferentes que comparten protagonista, pero ni siquiera son una continuación de la otra, tal como entendemos las series, porque el tono, el tratamiento del tema, los secundarios… todos los elementos que componen los dos libros son diferentes. Es solo que las han encuadernado juntas.
Si hubiera leído la segunda sin conocer la primera diría que es buena, una novela de juvenil bastante digna, con los temas, tópicos y personajes que se repiten en las historias que más demandan los lectores en la actualidad. Pero no pasaría de ahí, que no es poco. El problema es que sí he leído la primera y me da rabia que la segunda no esté a la misma altura. La parte que cuenta la vida de Saira de pequeña, en Kabul, es magistral. ¿Qué ocurre si eres niña, rubia y con ojos azules, en Kabul? Que tu vida es un infierno. Esta novela duele, revuelve las tripas y te deja horas pensando cada vez que cierras el libro.
Los personajes, tanto la protagonista como los secundarios, son profundos, complejos y muy humanos, muchísimo. ¿Se puede sentir cierta paz cuando una bomba estalla junto a un grupo de niños? Hace una semana habría dicho que no. Después de conocer a los chicos a los que les estalla esa bomba digo que sí. Lo digo en bajito, porque suena a barbaridad, pero es que la protagonista ha conseguido que me meta tanto en su piel, que sienta tanto miedo, que esa bomba solo compensa un poquito el horror que ella ha vivido.
El narrador de esta historia se mantiene firme sobre Saira, la niña de ojos azules, tan firme que a veces creo que estoy leyendo una narración en primera persona. Solo hacia el final de esta primera parte, cuando aparecen los militares españoles, el narrador pierde un poco ese punto de vista y se permite la omnisciencia sobre otros personajes para darle cierto protagonismo a una de las doctoras españolas de la expedición. Posiblemente no era necesario, pero tampoco molesta y es una buena forma de dar paso a un personaje que sí será importante en la segunda novela.
No escatima la autora en recursos estilísticos propios de la buena literatura. Una bruma que se disipa y deja ver el sol justo cuando parece que la vida de la chica va a cambiar; sonidos, colores, sabores y olores que transportan al lector a un mundo que no conoce y que, sin embargo, no extraña. La comida ocupa un lugar importantísimo en el libro, como debe de ocuparlo en la cultura que refleja. No solo por el hambre sino por el significado que tiene para los personajes. Cuando Saira quiere hacer un regalo no encuentra nada mejor que unas almendras, una naranja o una chocolatina. La misma chocolatina que no se atreverá a comer más tarde porque la culpa la atenaza. El narrador podría haberse hartado a decirme que la niña se sentía culpable o triste, pero verla sentada a los pies de una cama durante horas con una chocolatina en la mano, cuando sé el hambre que ha pasado, borra de un plumazo la necesidad de cualquier otra explicación.
Echo en falta que el final de esta primera historia se hubiera alargado más, que no fuera tan precipitado. De nuevo, es la segunda novela la que justifica que se cierre tan bruscamente para poder enlazar ambos libros. Lo que no vemos en el final de la primera lo veremos después, en el arranque de la segunda.
No suelo llorar con los libros, y he llorado. No suelo pasarme de parada en el autobús, y me he pasado. No suelo releer páginas ya leídas, y lo he hecho. Y ahora tengo una especie de vacío, ese vacío que dejan los buenos libros, que hace que no me apetezca leer nada en un par de días. Ahora toca paladearlo.
Muchas gracias por esta estupenda reseña. La comparto.
Besos.
Gracias, Ana. Y felicidades.
La verdad es que con tu reseña dan ganas de leerse el libro, aunque sea la primera parte. Y sigue aumentando la cuenta pendiente. Gracias, Chiki