Leo lo que me cae en las manos, lo que me recomiendan, lo que me despierta la curiosidad… Y si eso implica leer un libro escrito hace veinte años, bienvenidas sean las recomendaciones. Lo malo de un libro de los noventa, ambientando en Barcelona y de género realista es que habla de pesetas, usa expresiones que yo usaba en mi adolescencia, pero que a los chicos de ahora les suenan a chino, y muestra a un chaval de catorce o quince años pidiendo una cerveza en un bar sin que nadie se lleve las manos a la cabeza. Y choca que los protagonistas cursen 8º de EGB en vez de segundo de la ESO. Cuando hablo de estos con mis alumnos les recomiendo que busquen las formas para decir que estudian en el instituto, sin especificar el curso, que son de los mayores o de los pequeños del colegio y otras fórmulas que no anclen tanto el texto a un momento determinado para evitar esa sensación de algo obsoleto, pasado de moda. Y pese a ese olorcillo a desván que provoca el paso de los años, merece la pena leer No pidas sardina fuera de temporada, de Jaume Ribera y Andreu Martín. Ahora, en 2014.
Flanagan es un chico imperfecto. Adorablemente imperfecto. Intenta ser un detective estupendo y, aunque lo es, también resulta patoso, inocente, bobo a veces… Como cualquier chico de quince años. Superman está bien para las historias de héroes de otros planetas pero lo cierto es que enfrentarse a los malos no es fácil si no puedes volar, que te persiga una banda de delincuentes es peligroso y te da miedo y que una chica te mire y pestañee puede romperte en pedacitos tan pequeños que ni el mejor detective sea capaz de recomponerte. Me gusta además porque pretende ganar dinero vendiendo un informe sobre la chica más guapa del colegio a todo aquel que quiera ligar con ella. No es el detective altruista que ayuda a todos porque le sale de dentro sino el chico que se busca la vida con lo que tiene: su inteligencia y su personalidad. En definitiva, me gusta porque es políticamente incorrecto, imperfecto y, por tanto, creíble. Pero a la vez tiene unos valores, sus valores, que aplaudo. Lo cómodo es quedarse al margen cuando se trata de posicionamiento moral o incluso buscar el aplauso fácil diciéndole al lector lo que quiere oír. Andreu Martín y Jaume Ribera no lo hacen.
La historia está bien planteada, mantiene la tensión en todo momento y me la creo. Pero no es por eso por lo que me declaro fan incondicional de la novela. Son los detalles, la forma de mostrar sin contar, la valentía de un chico que dice que las chicas no le interesan, que pudiendo jugar a las chapas, qué sentido tiene quedarse hablando con Clara. Ese mismo chico que queriendo destapar un misterio pequeño, una historia de instituto, se ve rodeado de delincuentes de los que matan de verdad, dan palizas, secuestran. Y no crece de golpe, no se convierte en el detective de serie B que cabría esperar, qué va. Sigue siendo un niño al que todo lo que pasa le queda grande, que llora de impotencia y de miedo, pero que tiene que reaccionar si quiere salir vivo del jardín en el que se ha metido.
Merece la pena darle una oportunidad. Solo una, porque tres o cuatro páginas después de empezar ya no te planteas si es de este siglo o del pasado, si te lo crees o no, si se parece a alguien o deja de hacerlo. Solo quieres saber qué viene después. Y que no se acabe demasiado pronto.
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