Cuando hablo a mis alumnos de la forma de narrar del siglo XX, suelo compararla con las novelas del XIX, con esos textos en los que el lector no ponía nada de su parte porque todo se lo daba hecho el narrador. Me paso el tiempo pidiéndoles que no expliquen, que apelen a la inteligencia del lector y que confíen en él, en su capacidad para entender, para ver, para completar. Supongo que me hago vieja y que el siglo XXI me ha pillado desprevenida, pero seguir hablando del siglo XX como lo más actual se ha quedado definitivamente obsoleto. Así que, pese a mi oposición a integrar la tecnología y la narrativa, he leído Pulsaciones, de Javier Ruescas y Francesc Miralles. Debo confesar que, además de movida por la curiosidad, me empujaba el convencimiento de que en un par de horas podría constatar que el código natural de la narrativa no es el mensaje instantáneo. Más o menos como cuando los abuelos dicen que como la música de su época, ninguna y que los melenudos de ahora no saben cantar.
La novela, se haya escrito cuando se haya escrito, respeta unas normas desde que Cervantes escribió el Quijote. El protagonista tiene un deseo, algo se opone a ese deseo y de esa oposición nace el conflicto. El lector debe ver cómo ese protagonista actúa para resolver su conflicto, qué decisiones toma y, sobre todo, cómo le afectan. He leído novelas de juvenil en las que los protagonistas pasan mucho tiempo frente a una pantalla de ordenador, chateando, y siempre me han resultado frías, estáticas. Muy actuales, escritas por autores que conocen el medio, pero que no consiguen que empatice con el personaje. Y resulta que, primera sorpresa, en un puñado de mensajes ya me había puesto en el lugar de Eli, sabía cómo se sentía y quería conocer su historia.
Pero al lector, esto también se lo digo mucho a mis alumnos, hay que prepararlo para el final, no podemos “entretenerlo” durante doscientas páginas para hacer aparecer un final impredecible, como el mago que saca un conejo blanco de una chistera. Si un personaje va a tener un papel importante en el desenlace, es imprescindible haberlo presentado antes; si un objeto es necesario para resolver el misterio, no es bueno mantenerlo oculto. También en esto acierta Pulsaciones, aunque el final, para mí, no está a la altura del resto de la novela, pero esto es algo a lo que no voy a entrar porque desvelaría información de la historia.
Cada personaje debe tener su propia voz. Ante la ausencia de narrador, se vuelve aún más importante que podamos identificar a los protagonistas, a los secundarios y a cualquier personaje que aparezca no solo por lo que dice sino también por cómo lo dice. En Pulsaciones unos personajes escriben con corrección, con todas las letras, los signos ortográficos, las tildes y un vocabulario cuidado y otros se dejan llevar por las abreviaturas, la escritura fonética, las exclamaciones e interrogaciones de cierre, pero no de apertura y todos esos recursos de economía de la comunicación que nos ponen los pelos de punta a los puristas del idioma. Y aquí aparece la primera duda. ¿Es creíble que alguien escriba con tanta corrección en un programa de mensajería instantánea? Yo me lo creo, sin lugar a dudas, porque así es como yo escribo mis mensajes. Pero, para todos esos otros lectores que no lo hacen, en la primera página se detalla el funcionamiento del programa y se dice:
No existe límite de caracteres en los mensajes, por lo que las abreviaciones ¡han dejado de ser necesarias!
Como en muchas otras novelas, el lector debe establecer un pacto con el texto al empezar: “Me creo que tus personajes, los principales al menos, son de los que escriben con corrección si les das la oportunidad”. Una vez establecido este acuerdo, yo he entrado a la historia, a los personajes y a sus voces sin poner ni una sola pega a la verosimilitud.
No cabe duda de que los autores conocen a los adolescentes, su forma de hablar, sus expresiones hechas, cómo piensan y lo apasionados que pueden llegar a ser. Tal vez echo un poco en falta esa pasión poco racional que sí veo en los adolescentes reales, pero todos los personajes me resultan perfectamente creíbles. Y vuelvo a pensar en mis alumnos y en todas las veces que les digo que tienen que documentarse, conocer al lector, conocer a los personajes. No son un puñado de mensajes, no es lo que encontraría si cotilleo el teléfono de uno de mis hijos, pero sí lo parece. Porque la literatura imita la vida, pero no la reproduce, porque la vida está cargada de momentos vacíos y de conversaciones aburridas.
He visto en las redes sociales muchos mensajes diciendo lo poco que habían tardado los lectores en terminar de leerlo. Y sí, son pocas páginas, textos muy cortos, muy ágiles. En un par de horas puedes dar cuenta de esta historia, pero ¿tiene sentido? ¿Tiene sentido consumir la historia con prisa, solo por saber qué va a pasar al final? Supongo que depende de lo que esperas cuando lees el primero de los mensajes que forman la novela. Yo no quiero solo una historia sino disfrutar de cómo se ha construido, buscar el número de pulsaciones de cada día, por qué un personaje pulsa cien veces una tecla y solo envía un mensaje de tres palabras, imaginar lo que ha borrado, fijarme en la hora de cada mensaje para saber si es hora de estar despierto o dormido, porque no es lo mismo un saludo a las seis de la tarde que a las tres de la mañana. Estos detalles pueden no tener significado y entonces sobrarían en el libro o pueden tenerlo, y entonces hay que disfrutar de ellos. A cualquiera que decida leer esta novela le recomiendo calma, paciencia. El final llega, pero es mejor saborear lo que hay antes.
La ausencia de narrador podría ser un serio problema. El lector tiene que estar informado y, si los personajes se cuentan entre ellos lo que el lector necesita saber, los diálogos resultan poco naturales, demasiado informativos. Pero estos personajes dicen lo justo y son hábiles contándonos lo que ha pasado. En las primeras páginas la protagonista escribe:
Despierta… ¡Y con móvil nuevo! He tenido que caer en coma para que mis padres escucharan mis plegarias.
Así, en pocas palabras, acabamos de saber que ha estado en coma, que acaba de salir de él, que sus padres son estrictos con la tecnología o al menos no demasiado dadivosos, y que el móvil desde el que escribe es nuevo, por si más adelante hubiera que justificar la falta de algún dato, de alguna imagen, de algo que estuviera en el teléfono anterior. Cada personaje se convierte en un mini narrador, en una fuente de información. ¿Cómo explicar que dos amigas de la protagonistas, que no se conocen, se han encontrado al fin y se todo ha ido perfectamente? Eli no puede contárselo a nadie sin que nos resulte forzado, pero si Marion, una de las chicas, escribe:
Me ha encantado Sue, díselo de mi parte.
ya está todo dicho. Apelo, lo decía antes, al lector inteligente, al que tiene que completar la parte de la historia que el narrador no le da. En este libro me he pasado horas (yo no he tardado dos horas en leerlo porque me he entretenido en analizarlo) completando, imaginando a los personajes, visualizando cómo Eli lee y relee los mensajes de Phoenix. Y nadie me ha dicho que lo haga, hasta las páginas finales, pero lo sé, sé por cómo escribe y por las cosas que escribe, que lo hace. Porque yo también lo haría.
También los gestos de los personajes, el tono de su voz, hacia dónde dirigen la mirada nos dicen mucho de ellos en otras novelas. Aquí son los silencios, las desconexiones repentinas y los cambios de tema los que nos cuentan veladamente cómo se sienten los personajes.
Para que el lector sienta deseos de seguir leyendo hay que darle un motivo, el libro debe provocar en él el deseo de conocer qué va a pasar más adelante. Eli se despierta del coma, saluda a su amiga, ha perdido parte de los recuerdos… pero todo esto no parece que vaya a tener el tirón suficiente para mantenernos enganchados hasta que sabemos lo último que recuerda, una frase pronunciada a su espalda. Solo una voz, no una cara puesto que no lo tiene delante, que dice:
No te puedo devolver la canción, pero puede mostrarte cómo danzan los peces.
¿Quién no querría saber de dónde vienen esas palabras y, sobre todo, qué significan? Vale, es demasiada casualidad que sea esa la última frase que recuerda y no un “aparta, que voy a pasar”, pero no me molesta en exceso hacer esa concesión a la novela y le reconozco la efectividad.
Conocedores de quiénes leen sus libros, los autores saben que a los adolescentes les gusta volcar en las redes sociales citas que han leído. En Pulsaciones hay unas cuantas frases de pocos caracteres que supongo que se irán repitiendo de perfil en perfil hasta perder el origen. Yo he seleccionado la mía:
A veces confundimos querer estar solos con la necesidad de estar con la persona adecuada.
No es casual que sea esta la que más me gusta, pero no quiero dar los motivos para no desvelar (más) sobre la historia.
En definitiva, Pulsaciones me ha obligado a hacer las paces con el siglo XXI, me demuestra que hasta un código aparentemente frío y en las antípodas de la narrativa puede contar una historia interesante. Y que la profesionalidad del escritor es la que hace la diferencia entre un intento facilón de congraciarse con los adolescentes utilizando sus códigos y la literatura.
Impecable reseña. Ahora me dieron ganas de buscar el libro, ya te contaré si se consigue en Argentina.
Espero que lo encuentres, Sole. Y gracias por el cumplido 🙂
Menuda clase magistral de cómo construir una historia (y cómo no hacerlo) has resumido en esta crítica. Se notan las tablas, se nota el disfrute y se nota, sobre todo, que conoces de lo que estás hablando. Gracias por el post, por los consejos escondidos y por la recomendación. Será mi siguiente lectura
Ya me contarás qué te parece, Ana.
una pregunta, yo que soy de México como lo puedo obtener? 🙁
Anahi, creo que SM lo ha puesto a la venta allí también, pero tendrás que preguntárselo a la editorial, porque yo no lo sé.