Una sociedad futura donde unos pocos tienen el control sobre todos los demás. La pobreza, el hambre y la tiranía gobiernan. Y esos pocos que tienen el control eligen a una adolescente para participar en algo de lo que huiría si pudiera y que le cambiará la vida para siempre. Pero no puede huir, la amenaza contra su hermana pequeña sirve como acicate para que se porte bien. La televisión retransmite el proceso y hay que poner a la chica muy guapa para mantener al pueblo desinformado. De su aspecto se encarga un equipo de esteticistas. La trasladan a la capital, donde viven solo los poderosos, y la rodean de un lujo que ni quiere ni disfruta… ¿Los juegos del hambre? No. Las tejedoras de destinos.
Vale, reconozco que he hecho un poco de trampa al contarlo, pero así es como empieza este libro del que, por otra parte, tengo muy buena impresión. Las diez primeras páginas están tan bien hechas que invitan a seguir hasta la última. Saber que la protagonista tiene un don, un don que muchos ansían, pero que se ha pasado la vida entrenando para no mostrarlo, es un gran acierto. La voz de la narradora, en presente y primera persona, atrapa y la novela está escrita con corrección, sin caer en los tópicos y dando la información justa para que el lector no se desespere, pero para que necesite seguir leyendo. Dos chicos, una chica, unos padres que ocultan lo que son y se vuelcan para que su hija también lo haga (como en Cazadores de Sombras)… Todos los ingredientes que ya han funcionado en otras obras. ¿Por qué no?
En literatura, esto lo han dicho otros mucho más listos que yo, hay unos poquitos temas que se van repitiendo con planteamientos más o menos novedosos. Desde Romeo y Julieta se han escrito un millón de historias de amor prohibido y no por eso dejan de ser interesantes, si están bien contadas. En el caso de la literatura juvenil hay unos cuantos esquemas que se repiten y funcionan bien y esto, en principio, no tiene por qué ser negativo. Harry Potter repite el esquema de todas las novelas de internados con la novedad de la magia. Pero él no deja de ser una cenicienta moderna que hasta duerme debajo de la escalera. ¿Cuántos Peter Pan, Bella y Bestia, Cenicientas… tenemos en la literatura actual?
Si en un grupo más o menos homogéneo introducimoss un elemento discordante (sea un vampiro en un instituto, una humana en una familia de vampiros, una mortal en un grupo de cazadores de sombras, una chica con camisas enormes y adornos en el pelo, en una instituto de adolescentes cortados con un único patrón…) la historia empieza a contarse sola. Bueno, no. Sola no. La historia se puede contar bien o mal, caer en todos los tópicos o huir de ellos, presentar personajes planos y previsibles o por el contrario hacerlos llenos de ángulos, de dobleces. Humanos, vaya. Hasta los vampiros pueden ser muy humanos, dudar como dudamos, soñar, temer, amar como lo hacemos los humanos.
En el caso de Las tejedoras de destinos, no obstante, hay demasiados puntos en común con Los juegos del hambre y no todos ellos son imprescindibles. Las esteticistas, la televisión como vehículo de propaganda durante 24 horas al día, la obsesión de todos los personajes por mantener un aspecto juvenil… No es malo repetir esquemas que han funcionado a otros autores, el problema es que si se asemejan demasiado, las comparaciones son inevitables. Y al comparar también parece inevitable que haya un vencedor y un vencido.
La gran novedad de Las tejedoras de destinos, su apuesta arriesgada, es presentar una sociedad extremadamente machista donde los hombres dirigen, las mujeres trabajan para ellos y los niños viven separados de las niñas hasta que llega la edad de emparejarse. Incluso ese emparejamiento es tan aséptico, tan dirigido, que da grima. Las mujeres, como cabe esperar en una trama de buenos y malos, opresores y orpimidos, son en realidad importantísimas, imprescindibles en el entramado gubernamental y los hombres las subyugan por el miedo a que sean conscientes de su poder. El amor está prácticamente extinguido. Y digo que es una apuesta arriesgada porque ese planteamiento podría ganarse el aplauso del público femenino, pero también el rechazo del masculino. Afortunadamente, no es así. Algunos hombres, conscientes del error que supone su forma de vida, se erigen como protagonistas y eso hace que el componente de denuncia social no pese más que la historia. Además, las tramas de amor, culpabilidad, supervivencia, entrega y sacrificio sujetan la novela mucho más allá de esa intención de hacer al lector reflexionar sobre algo que se repite en todas las sociedades modernas en mayor o menor medida.
En resumen, recomiendo la lectura porque entretiene y está bien escrita. Pero aviso, para que nadie me regañe después, que los lectores de Los juegos del hambre pueden sentirse un poco defraudados.
Como no he leído Los Juegos del Hambre, me arriesgo con la recomendación, muchas gracias.