En las últimas semanas he leído dos novelas ambientadas en el siglo XIX y he descubierto que tienen muchos más puntos en común que la época en la que se desarrollan. En ambos casos son novelas muy bien recibidas por los lectores, lo que me lleva a pensar que tal vez sus autores han encontrado algunas claves para satisfacernos. Se trata de La carrera de Inglaterra, de Ana Campoy, y La isla de Bowen, de Cesar Mallorquí.
No esperéis una reseña de cada una de las novelas, este artículo es solo una reflexión en voz alta sobre esos puntos comunes.
Cuando en una novela aparece un personaje femenino que actúa movido por el convencimiento de que entre ella y los hombres no hay diferencia, se gana mi afecto. Del mismo modo que cuando al personaje se le llena la boca defendiendo la igualdad, pero luego pasa las tardes esperando que su príncipe azul venga a rescatarla, me empuja a abandonar la lectura. En el siglo XIX la desigualdad era la base de la convivencia, pero estos libros presentan a unas mujeres que creen que el cambio es posible. Lo que me encanta de ellas es que no se limitan a creerlo, lo llevan a la práctica. Es posible que el mejor piropo que haya recibido jamás la señora Fogart, de La isla de Bowen, sea el que le dedica el profesor Zarco cuando le dice que es como un hombre, aunque hoy nos suene machista y estúpido. Como nos parece increíble que la joven Amanda Preston, de La carrera de Inglaterra, no pueda entrar a un pub sin un hombre que la acompañe.
Tanto Ana Campoy como César Mallorquí han incluido en sus novelas personajes reales mezclados con los de ficción. Esto, junto con el continuo goteo de acontecimientos que conocemos por la Historia, hace que no pongamos en duda la veracidad del resto de personajes o hechos, creados por la imaginación de los autores. La isla de Bowen da un paso más en esta mezcla y nos convence de que el capitán Nemo existió. En cambio, cuando habla de las novelas de Verne, se las atribuye a «un autor francés», aunque sí toma prestado el apellido del escritor para uno de los personajes más importantes de la novela. Como un juego de cuerdas anudadas, Verne, Conan Doyle, Nemo, Enzo Ferrari y un sinfín de personajes más se van trenzando con los verdaderos protagonistas de las historias, creando la sensación en el lector de que todos ellos son igualmente reales. No olvidemos que, en el caso de La carrera de Inglaterra, los protagonistas son los niños Alfred Hitchcock y Agatha Christie.
La labor de documentación para escribir tanto una novela como la otra ha debido de ser enorme, lo que también abunda en beneficio de la verosimilitud. Siempre he defendido que el fin del libro es el entretenimiento y no la formación, pero si además aporta conocimientos sobre Historia, Geografía o Química, sin que parezca que estamos estudiando una lección, bienvenidos sean. Grandísimo acierto el anexo final de la novela de Ana Campoy titulado «Sabías que…?», en el que se explica cuáles de esos datos presentados son reales y cuáles no. O el de la novela de César Mallorquí en el que explica cuánto hay de Verne en su obra y por qué. Igual es mi naturaleza cotilla, pero me encantan estas explicaciones.
No soy demasiado aficionada a las novelas de misterio, pero esta vez (estas dos veces) me he dejado atrapar por la buena distribución de los pequeños misterios que van resolviendo los personajes. Antes de que sepamos quién ha dejado una pista a los dos niños investigadores de La carrera de Inglaterra, ya estamos intentando averiguar el significado de unas iniciales en un bastón. Antes de que descubramos la composición del fragmento metálico que el señor Fogart ha enviado a su esposa, ya queremos descubrir qué significan unas letras y números que ha dejado por escrito a la atención del profesor Zarco. En resumen, cada pequeño misterio se resuelve justo después de que nos hayan presentado el siguiente, lo que hace imposible dejar la lectura.
Ana Campoy elige a Agatha Christie, escritora, como protagonista; César Mallorquí homenajea a Julio Verne, escritor también. Pero ninguno de los imita el estilo de estos dos grandes del siglo XIX, aunque sí dejan que sus novelas se empapen un poquito de ese tono arcaizante, de esos narradores omniscientes y, única pega que les pongo a los dos libros, de esos principios lentos tan comunes en las obras de misterio y ciencia ficción de la época. La necesidad de presentar a los personajes, las circunstancias que los han llevado hasta donde están, los antecedentes sin los que no entenderíamos la trama y sin los que la resolución del misterio se quedaría coja, hacen que el libro cobre más interés después de un buen montón de páginas. Pero asumo que esto es más un problema del lector (yo) que del libro. Ya lo he dicho, no soy demasiado aficionada a los géneros de misterio y ciencia ficción.
Me gusta que un libro me sorprenda, que me dé más de lo que espero de él. En los dos casos esperaba mucho y aun así, me han sorprendido. O dicho de otra manera: lector, ¿vas a perdértelos?
La novela de César Mallorquí está esperándome en la estantería. Después de leer tu reseña, estoy aún más impaciente por leerlo 😉
Estoy segura de que no va a defraudarte, María. Un placer, por cierto, verte por aquí 🙂