
Cuando vi por primera vez la portada del premio Gran Angular 2018 lo anoté en la lista de pendientes. Cuando leí el resumen que lo presentaba, lo subrayé. Después coincidí con la autora en una comida y me pasé el tiempo dudando si decirle que estaba en esa lista, pero me estuve calladita, porque me conozco y sé que el tiempo es menos flexible de lo que yo espero de él (como los pies de Marcos) y tiendo a quedar fatal.
Unas semanas antes de la feria del libro de Madrid, alguien publicó una reseña no del todo buena del libro y Mónica la compartió. Leí aquella crítica y el título, subrayado ya en mi lista, pasó a la cabecera. Esta vez sí se lo dije. Así es que, antes de nada, quiero dar las gracias a aquella reseña no tan buena por acelerar el proceso. Después llegó la feria y, como soy entre despistada y desastre, fui a buscar que Mónica Rodríguez me firmase el libro un día que ella no estaba por allí. Lo compré de todas formas y me lo llevé sin firma.
Y ya dejo de hablar de mí. Porque todas las casualidades que me han llevado a leer este libro no son nada comparadas con la experiencia de leerlo. Es sublime. Así, sin más. No soy muy de adjetivos (ya estoy hablando de mí otra vez), pero para este libro no voy a escatimarlos.
Igual que Seda, de Alessandro Baricco, mezcla de manera magistral el contenido y la forma porque la prosa es suave y etérea como la seda, en Biografía de un cuerpo la prosa es elegante, continua. Baila. Pero también sufre y salta y se duele. Los párrafos narrados y los dialogados se mezclan sin marca que los diferencie, como dando paso de una figura a otra. Quiero bailar mientras lo leo. Quiero aprender a apreciar la danza. Ni siquiera los capítulos rompen la pieza y se asoman tímidos en el borde de la página. No hay espacios en blanco. No hay páginas que bajen el telón. Solo hay que sentarse a observar, a disfrutar, a vibrar y, cuando acaba, levantarse y aplaudir. Pero sin hacer demasiado ruido.
Los personajes son redondos, pese a la brevedad con la que se presentan. O precisamente por la brevedad con la que se presentan. No falta un rasgo, pero tampoco sobra. Son imperfectos, reales y tangibles. Y enamoran en su imperfección.
Es la historia de Marcos, pero es también la de sus amigos, la de sus padres, la de un bailarín ruso al que no conozco y al que aborrezco desde que aparece. Y a la vez lo admiro. Es la historia de alguien que baila, pero podría ser la de cualquier adolescente que siente pasión y presión a partes iguales. Es la de su crecimiento como bailarín y, sobre todo, como persona.
Hay amor, claro. Pero amor real. Y el beso que se merece la literatura juvenil (gracias, Mónica, gracias). Y desamor y amistad y familia. No hay buenos ni malos, solo personas. Y calles y parques y cerveza. Hay adolescencia con sus síes y sus noes, con las contradicciones que ellos conocen mejor que nadie. Y con un final que defiende que la literatura juvenil es literatura, sin más adjetivos, y que no se pliega a la comercialidad, a lo fácil. Un final, un libro entero, que respeta al lector y le regala metáforas, imágenes. Frases perfectas.
Vuelvo a mí. Cuando llevaba veinte páginas, puse una foto en una red social. Cuando llevaba cuarenta, lo recomendé en otra y mandé un mensaje a mis alumnos para que lo leyeran. Al cerrarlo me he puesto a escribir esta extraña reseña. Y ahora me bajo a tomar café con mi madre, que tengo que prestárselo para que se rinda, como yo, a las primeras páginas.
Felicidades, SM, por este premio. Gracias, Mónica, por esta joya.
Estoy deseosa de leerlo
Me pido segun. Me has convencido 😜
Infectada del fenómeno de “a la cabecera” a ocho días de iniciar mis lecturas de verano. ¡Ansiosa de leerlo!