Dudaba si traer este libro aquí, a un blog de literatura infantil y juvenil. Mil millones de veces, como poco, me han oído mis alumnos decir que un protagonista infantil no equivale a una historia infantil y que pasa lo mismo con los adolescentes. Pero es que la historia de Billie y Franck reivindica a los adolescentes que no escriben frases románticas en los puentes, que no regalan rosas, que no se besan con una puesta de sol a las espaldas. Y que, aún así, luchan por ser felices. La historia de Billie y Franck nos cuenta que la vida a los quince años puede ser un asco y que la mayoría de las veces no hay una escena romántica que lo arregle todo y aun así hay que seguir viviendo. Sí, definitivamente creo que muchos adolescentes apreciarán esta novela.
No me gusta que un libro lleve por título un nombre propio, porque no me dice nada. Pero después de leerlo sé que no había otro posible. Como Matilda, de Roald Dahl, porque su protagonista lo es todo. Cuenta sus acciones, sus decisiones, sus errores y sus aciertos. Pero el libro es Billie. Como pocas veces pasa, la voz de la narradora está por encima de la historia que cuenta, no al lector, sino a una estrella. Porque la novela empieza con la chica y su amigo tirados en mitad de un bosque, él herido grave y ella muerta de miedo. Una escena que no podía ser más estática y a la que la narración vuelve una y otra vez, para que no se nos olvide, y en la que apreciamos un mínimo gesto, el movimiento de un brazo, un mano que responde a un apretón como avance narrativo. Mientras pasa la noche, Billie va recordando la vida de los dos en voz alta, para que la buena estrella que tiene que protegerlos lo oiga y se dé cuenta de que vale la pena volverlos a salvar. Y yo mientras quiero decirle a la estrella que sí, que les dé otra oportunidad, que si no ve que se lo han ganado.
Habla y habla, más con ella misma que con la estrella. Cuenta que el nombre de ambos, Franck y Billie, se lo deben a la música y las canciones no desaparecen ya en el resto del libro. Como buen monólogo la historia nos llega de forma un poco caótica, a base de imágenes sueltas, de escenas elegidas que resumen años de amistad. Pero el chico está inconsciente y ella no quiere vivir sin él. He ahí la tensión: Billie se dejará morir si él no despierta al amanecer. No lo dice, al menos no explícitamente, pero yo lo sé, he notado la decisión en su voz. Me preocupaba un poco, porque a las pocas páginas ya quería que el libro me gustase, que se parecía bastante a una historia de amor mil veces contada, pero entonces Billie me ha dicho que Franck es homosexual. Chapó por la autora que no va a lo fácil, que no quiere lectores adivinos que saben desde la primera línea cómo acabará el libro.
Unas veces elige la primera persona, otras la segunda, a veces incluso el formato teatral. Pero cada uno de estos giros está justificado, a veces incluso explicado. Y apela a mi memoria, a las canciones que conozco, a los libros que he leído (Peter Pan, El Principito) y a los que no: Con el amor no se juega, del francés Alfred de Musset. Es, de hecho, esta obra teatral del Romanticismo la que da un hilo a la narración caótica de la protagonista.
No quiero contar nada, no quiero destripar nada. Solo señalar que la voz de la narradora hace que merezca la pena leer el libro, que hubiera sido fácil recrearse en las partes más oscuras de la vida de la protagonista y apelar a la fibra sensible del lector, pero no lo hace. Que aparecen candados cerrados en un puente, con las iniciales escritas, pero ningún lector va a ir corriendo a poner su propio candado cuando termine la novela. Como mucho, hará como yo: buscar información sobre el libro y después sobre la autora, comprobar si Alfred Musset existe y si escribió la obra de teatro romántica Con el amor no se juega. Y venir a lamentarse después por no haber leído nada de Anna Gavalda antes.
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