
Me acerqué a Aurora o nunca como escritora y me quedé atrapada como lectora.
Una novela escrita por diez autores despierta la curiosidad de cualquiera que se dedique a esto de la tecla. No era una antología, eso me había quedado muy claro, pero temía que fuese un Frankenstein de costuras evidentes. Conozco a casi todos sus autores, los he leído, y sé que son voces con mucha personalidad, con los matices propios de quien lleva mucho tiempo construyéndose. Menos de diez páginas me duró el escepticismo porque Aurora o nunca no es un monstruo construido de retazos, sino un puzle. Un puzle maravilloso en el que el lector participa. Me siento tan bien cuando un libro apela a mi inteligencia que me dan ganas de abrazar a quien lo ha escrito (daos todos por abrazados, compañeros).
Aurora es un pueblo mágico y maldito al mismo tiempo. Es un poco Macondo, un poco Vetusta y un poco Puebla Nueva del Conde. Y es, a la vez, todos los pueblos costeros de mis veranos infantiles. Y también la isla que he inventado en mi última novela, porque cada cronista muestra la Aurora que ve e invita al lector a imaginar el resto. Supongo que yo me he trasladado a esos tres lugares literarios, cuatro, si cuento el que solo me pertenece a mí, que me han marcado como lectora. Y cada lector encontrará retazos de su memoria en el color del mar, el olor a café y flores del tanatorio, el ruido de los truenos o la lluvia que cae, aunque no llueva. Porque, ahora al escribirlo me doy cuenta, Aurora o nunca es un puzle de imágenes sensoriales que remueven y aturullan y evocan.
Cada uno de los personajes que aparecen en la novela se merece una historia independiente. En el fondo, creo que eso es lo que he hecho, imaginar lo que no me cuentan, buscar pistas de unos personajes en otros. Así, doscientas y pocas páginas se convierten en una biblioteca, en un mar (mala metáfora para hablar de este libro donde el mar se filtra en cada línea) de preguntas para las que no hay respuesta. Se cuelan por entre las rendijas los vientos de Sucre y de Holcomb. Otra vez mi memoria. Pero es que hay realismo mágico y realismo sucio, hay un cementerio por el que Bécquer habría suspirado y una novia que rivaliza con Berenice en ponerme los pelos de punta. Y no hay costuras. Ni evidentes ni escondidas. Ni siquiera puntos de sutura del mejor cirujano de estética, porque no hacen falta. Toda la vida pidiendo que en los libros con varios narradores cada uno tenga voz propia y era así de fácil (si los autores leen lo de “fácil” me retiran el saludo con toda la razón).
Aurora o nunca es una historia de culpa, de amor, de amistad, de superación, de lucha, de miedo (mucho miedo), de valientes y cobardes, de misterio, de redención. Una historia, he dicho. Porque aunque lo he definido como un puzle, la magia es que todo encaja a la perfección para construir una novela coral, donde no hay más protagonista que Aurora, el espejo en el que se mira cada uno de los personajes.
Al cerrar el libro ya no me importaba el cómo. Bueno, mucho antes había dejado de importarme. Finjo que sí para poder escribir esta caótica reseña, pero lo cierto es que, quien viaja hasta Aurora, no encuentra el camino de regreso. Y no le importa.
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