He tenido unos días de vacaciones y he aprovechado para leer al menos una docena de libros destinados a adolescentes y escritos por autores españoles. Unos me han gustado más, otros menos, pero casi todos me han dejado la sensación de que me hubiera gustado tener algo así en las manos a mis dieciséis años.
Durante muchos años, la literatura infantil ha sido un vehículo adoctrinante, una forma de mostrar a los lectores las consecuencias, siempre negativas, de tomar decisiones diferentes a las que la sociedad del momento marcara como acertadas. Si no te portas bien, te crecerán orejas de burro; si mientes, te crecerá la nariz… Poca literatura juvenil había, pero la mayoría también apuntaba en esta dirección. No teníamos en España, o yo no lo conocía, un Holden Caulfield. Hace cosa de un año me encontré con la novela Tú, de Charles Benoit, que aparte de tener un narrador estupendo, muestra que cada decisión tiene consecuencias, pero en ningún caso juzga o alecciona, solo lo constata. Un Caulfield del siglo XXI. Y esa novela me provocó por primera vez la sensación de envidia hacia los adolescentes actuales.
En La lluvia en París, de Lorenzo Silva, una chica de dieciséis años acepta irse a París para participar como actriz protagonista en un película, pero el sueño se convierte en algo cercano a una pesadilla. Parece un argumento tópico, una historia mil veces contada, pero no transmite un mensaje negativo sobre el mundo del cine y la fama, ni siquiera sobre los peligros de crecer demasiado pronto. Solo pone de manifiesto que las decisiones que tomamos marcan lo que vendrá después y que la vida está hecha de pequeñas elecciones, no de una única.
El cuaderno de Aroha, de Francesc Miralles, cuenta la historia de un chico depresivo que encuentra un diario escrito por una chica misteriosa. Toma decisiones, claro, y estas le van llevando de un lugar a otro. No son acertadas o equivocadas, son las suyas. La comunicación, la autoexigencia, las expectativas… acompañan cada elección y la motivan. En algunos casos el protagonista se deja asesorar, en otras no, pero ninguna de las dos opciones aparece como la correcta, la que el lector debe imitar para conseguir la felicidad y el éxito. Y una vez más, no se trata de una única decisión que marca para siempre el futuro del protagonista, sino de un cúmulo de ellas que además se pueden cambiar si el resultado no es el esperado. Es decir, el protagonista, como cualquier adolescente, tiene derecho a equivocarse sin que su vida se eche a perder para siempre.
La literatura juvenil en España está en alza, o a mí me lo parece fruto de esa envidia de la que hablaba al principio. Se publican muchos textos, la temática es variada, se arriesga en las formas. Y, sobre todo, se tiene en cuenta al lector. La adolescencia, entre otras muchas cosas, supone tomar decisiones sin dejar esa responsabilidad en manos del adulto. Y está bien que la literatura muestre ese proceso con sus placeres y sus amarguras para que el lector sepa que esa montaña rusa en la que vive no es algo extraño ni malo ni equivocado. Y que no es el único que lo experimenta.
pues aprovechando que este verano me he leído una novela de juvenil, lo mismo me animo y sigo las recomendaciones, será cuestión de probar. Enhorabuena
Gracias por tomarte el trabajo de dejar tus impresiones sobre esos libros, además tan bien expresadas.