
Cuando el autobús gira en San Bernardo, una mujer se levanta y le pregunta al conductor por qué hoy no va por la Castellana. Este autobús nunca va por la Castellana y, aunque pasara, vamos en dirección contraria. El conductor le explica que es la línea 3, que sigue su ruta habitual. La mujer se baja muy contrariada y, cuando ya se han cerrado las puertas, otra mujer, desde la otra punta del bus, grita: “que es el 3, no me jodas”. Explica a voces que la mujer que se ha ido le había dicho que era el 37. El cartel luminoso no se ve nunca, es algo a lo que nos hemos acostumbrado los viajeros de esta línea, si no se ve, es la nuestra.
Cuando esa mujer pide que le abran, otra, sentada justo a mi lado, se quita los cascos y me dice: ¿no es el 37? Esa chica me ha dicho que era el 37.
Total, y por resumir, seis viajeras han cogido el autobús equivocado porque unas se han ido fiando de la palabra de otras cuando estaban en la parada, en una especie de juego infantil del teléfono escacharrado.
Esto es Madrid. Y me encanta.
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