
Subo al autobús solo para dos paradas. Pensaba caminar, pero justo estaba ahí, esperando, así que no lo pienso. Me quedo de pie porque el trayecto no merece otra cosa y me fijo en un chico que viaja, también de pie, pese a los asientos vacíos. Es joven y muy atractivo. Guapo no, atractivo. Tengo en la cabeza una novela nueva, así que me fijo en su cara porque es lo que hago cuando estoy creando personajes.
Es alto, aunque no demasiado. Me río al pensarlo porque, para mí, menos de metro ochenta es tirando a bajo. Tiene los ojos marrones, un tatuaje diminuto detrás de la oreja y un diente torcido.
Sonríe y me enamoro, pero a la vez me muero de vergüenza, porque se ha dado cuenta, seguro, de que lo estoy observando.
Me coloco para salir y noto un aguijón en la espalda. Me giro, sorprendida más que dolorida o enfadada, y me encuentro a una mujer que levanta a la altura de mi ojos, muy airada, un dedo, una uña con manicura perfecta. Tardo un segundo en entender que ha ido a sujetarse en la barra que hay detrás de mí y se topado con mi espalda. Que me ha arañado, vaya. Sonrío para anticiparme a su disculpa y suelta:
-¡Hay que tener más cuidado! -casi lo grita, con el dedo muy estirado.
No respondo, no entiendo. Creo que me abronca, que me regaña. Que incluso espera que yo me disculpe, y casi lo hago.
Entonces el chico del diente maravillosamente torcido dice: “eso, mujer, ten más cuidado” y me guiña un ojo.
Se abren las puertas y me bajo del autobús sin decirle que ya es mío, que me inventaré su nombre y su historia, y dejará de ser él sin dejar de serlo.
!La de la uña también daría para escribir algo cortante y punzante! 😂😂😂
Sí, pero eso me desgastaría más. Y del chico del diente torcido me he enamorado 🙂