El encargado de la megafonía del metro me putea, estoy convencida. Lo imagino en su garita, me ve entrar y se frota las manos. “Hey, chicos, ahí viene (avisa a sus colegas)”. Y se arremolinan todos frente a la pantalla, aguantando la risa. Al salir de Acacias aguantan la respiración. El jefecillo mira a los otros, sonríe y, despacio, muy despacio, pulsa el botón de silenciar la megafonía.
Lo siguiente que se oye es: “próxima estación, Marqués de Vadillo”. Y estallan en risas. La tonta del pelo verde se ha vuelto a pasar de parada. Intercambian billetes, pagan sus apuestas y vuelven a sus trabajos mientras yo cambio de andén y deshago el camino hasta llegar a casa.
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