Subes al autobús, al mismo autobús en el que hace un par de semanas casi te comes al conductor tras un tropezón, te pisas la falda, que como te está un poco grande, descansa justo en las caderas. Con el pisotón la falda pasa la línea de seguridad que suponían las caderas y cae hecha un burruñito hasta el suelo. Estás en medio del autobús, en bragas, y lo único que piensas es: “por favor, por favor, que lleve unas bragas bonitas”.
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