
Una niña va contando un cuento a su madre. Lo cuenta de memoria, lo que María les ha contado en el cole, y cada poco, cuando se atasca, inventa. Se lo nota porque piensa un segundo, pero sobre todo porque las partes que añade son mucho más divertidas, más sinsentido. El hijo de Laura se ha convertido, gracias a su lengua de trapo, en el hijo del agua (dónde va a parar). Hay pastores, un lobo, un río… Y viento. Viento “arucanado”. Lo intenta, lo repite, lo vuelve a intentar y se desespera. “No me sale”, dice. “Huracanado”, dice la madre, silabeando. Y ella vuelve a intentarlo, pero nada.
Sigue el cuento, sigue inventado y, cuando sale de nuevo el viento, dice: “llegó un viento arucanado” para un segundo “y se quitó el viento, ¡hala!”.
Me encanta!!!
Me hubiera encantado estar allí para ver cómo se te alborotaban los mechones verdes con el viento “arucanado”. O a lo mejor el viento soplaba desde tu cerebro, girando como loco mientras escuchabas el cuento de esa pequeña gran narradora…
Yo casi me como a la niña, Adela. Los niños son lo mejor del autobús 🙂