Dos chicos entran en el vagón armados de guitarra y ukelele, con una armónica el el cuello el uno y un micrófono el otro. Y cuando creo que va a surgir la magia, encienden un amplificador infernal con una música propia de una discoteca de barrio a última hora. El volumen es enfermizo, el del micro se desgañita intentando seguir la canción absurda y los viajeros elevan la voz para seguir hablando entre ellos. No han tocado la guitarra ni el ukelele y empiezo a pensar que la armónica es una corbata original o un recuerdo que heredó de su abuelo.
Cuando dos estaciones después se marchan, nos relajamos todos, nos miramos, sonreímos. Y, entonces sí, nace la magia.
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