
El metro me ha regalado la primera historia (tonta) de este curso. Ayer vine dos veces a la Escuela, el mismo trayecto de siempre, el que tengo memorizado. No miro por dónde voy, no cuento estaciones, es casi un reloj biológico que me avisa de que me tengo que bajar. Pues bien, ayer, casi me paso de parada. Las dos veces me bajé cuando las puertas estaban a punto de cerrarse en mi estación.
Esta mañana he visto un cartel que dice que Gran Vía está cerrada. “Ya está”, me he dicho, “por eso ayer casi me paso.” Así que he conectado el cerebro a la megafonía. Iba leyendo, pero atenta. Y la megafonía ha dicho: “próxima parada, Gran Vía, correspondencia con línea 1”. Así que he pensado que no, que si para en Gran Vía, no cambia el trayecto. Y, como soy un poco lela, he vuelto a desconectar el cerebro. Ya no he oído más megafonía, pero tampoco he reparado en el detalle.
Cuando he levantado de nuevo la vista me había pasado de parada.
Y digo yo, ¿tanto les costaba apagar la megafonía una estación antes? Vale que no la cambien, que seguro que cuesta una pasta, pero si la van a apagar para que no haya desfase, joder, que la apaguen en Callao, ¿no?
No es por insistir, pero si me dicen que estoy en Gran Vía, sé que me quedan dos y desconecto el cerebro. Ya está.
Bonito paseo, eso sí, desde Rubén Darío. Os lo recomiendo a todos.
Deja una respuesta