
Dejo pasar el tren porque va muy lleno. A veces lo hago y el siguiente tren va más lleno aun, pero es mi apuesta. Una pareja deja también que el tren se vaya, pero a ellos sospecho que les da igual la gente, solo quieren alargar la despedida. Se abrazan. Se besan. Entrelazan las manos y las sueltan para volver a enlazarlas.
6 minutos. La despedida dura 6 minutos, según las pantallas informativas del andén. A mí se me hacen muy largos y a ellos, seguro, muy cortos. Cuando se abren las puertas del vagón él me acompaña y ella se queda fuera, quieta, con una sonrisa que no tiene pinta de creerse.
En el primer túnel ya está llorando. No lo oculta, no disimula. Solo llora sin aspavientos.
Tres túneles después saca un pañuelo de papel y se limpia la cara. Respira hondo y se coloca el pelo frente al cristal.
Me quedo con las ganas de decirle que el dolor pasará, porque no creo que le sirva. A mí sí, seguro, engañaría esta sensación de impotencia. Pero no soy yo la que está llorando.
Qué tierno!!!
Moñitas, ya me conoces 🙂