Hoy, sin querer, me he colado en la Renfe. He entrado en Atocha, con mi tarjetita mágica, y me he bajado en Getafe. Tenía que haber comprado un billete, porque mi tarjeta solo hacia magia dentro de Madrid, pero no me he dado ni cuenta, así que al llegar a Getafe no podía salir. Me he acercado a la taquilla para explicarle a la chica lo que había pasado, pero me ha abierto el torno sin preguntar.
El caso es que me he ido con una sensación de culpa que, a medida que me alejaba, se ha convertido en una satisfacción extraña, como de riesgo cumplido, como el niño que llama a un telefonillo, sale corriendo y luego se parte de risa.
Y un minuto después me he sentido gilipollas, todo hay que decirlo, por disfrutar de mi incursión en la delincuencia, pero sobre todo por hacer un mundo de una cosa tan idiota.
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