
Voy en mi vagón, pegada a la pared, para no caerme, jugando a las bolitas de colores en el teléfono. Levantó la vista y me topo con un señor mayor, demasiado mayor para que nadie le haya cedido el sitio, y le ofrezco mi espacio, mi hueco de pared en la que apoyarse. Sonrío, casi anticipando un “gracias”. Pero no. “Vais tontos con los teléfonos. Si leyerais más, sabríais más de la vida. Cuántos palos os vais a llevar”. Se apoya en mi hueco y me quedo con la sonrisa a medio camino, por lo de prejuzgar, también, pero sobre todo porque me ha tratado como si fuera una cría. Y mis cincuenta años y todas mis lecturas se encogen y vuelven a la coleta alta, a los calcetines de rombos y a lo de fumar a escondidas.
Deja una respuesta