
Hoy, al salir del metro en Quevedo, había un chico sentado en las escaleras con un cartel que decía: “Abrazo si apoyas LGTBI”. Le he sonreído, pero me ha dado mucha vergüenza abrazarlo. Soy así. Me quedo cortadísima y no sé si molesto, si estoy en medio, si colapso la escalera, si me va a decir que por qué lo abrazo.
Ni siquiera me ha visto sonreír, porque estaba mirando algo en su teléfono.
Me he alejado con ese caminar indeciso que tenemos los tímidos, ese que se debate entre “vuelvo y le explico que soy así de vergonzosa” y el “jo, tenía que haberlo abrazado, pero ya es tarde”.
Y no he vuelto.
Me encantaría inventarme el final, cambiarlo, deciros que he desandado mis pasos y lo he abrazado, pero no. Así que, si pasáis por Quevedo y sigue allí, abrazadlo. Por vosotros y por mí.
Deja una respuesta