
La chica entra en el vagón cuando se están cerrando las puertas, casi me arrolla en la carrera. Se gira y se disculpa moviendo los labios mientras sujeta el teléfono entre le oreja y el hombro y se mueve como un contorsionista para quitarse el abrigo y la bufanda. Yo también me he abrigado demasiado.
Habla bajito y repite las frases, como si quien estuviera al otro lado no pudiese oírla. Papá. Oigo esa palabra y, sin querer (qué excusa tan tonta, queriendo) escucho con atención. Que qué le han dicho a mamá. A mamá. A mamá, papá, que qué ha dicho el médico. No, no estoy en el trabajo, el médico, papá, qué ha dicho. De las pruebas, papá. Repite el vocativo en cada frase. Habla con una paciencia que desmiente su cara. El médico, papá. Va subiendo el tono y me mira, ahora estamos una frente a la otra y ya ni siquiera disimulo que la escucho. Sonríe. Me sonríe. ¡El médico! No, papá, no estoy en el trabajo. No, papá. Suspira. Dale un beso a mamá. Se queda en silencio, me siento incómoda porque escucho y porque sé que lo contaré aquí.
Claro, papá, yo también te quiero.
Tierno!!!
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