“¿Qué tiene el presente de indicativo, que su amistad procuras?”
Eso me dijo Berna, hace mil años. (Quien dice mil, dice diecisiete). No supe contestarle entonces y, hoy, al escribir una frase en presente, me he acordado.
Yo por entonces tenía el pelo color pelo y vestía vaqueros de campana con botines de tacón alto. También anteponía adjetivos y escribía de corazones y almas. Aún creía que mis historias hablaban de amor. Mi geme, que todavía no era geme, encontró un anuncio de un taller de escritura en el parabrisas de un coche y luego vimos a una chica sonriente hablando en la tele de talleres de escritura. A lo mejor fue al revés, primero la chica y luego el anuncio. El caso es que busqué y di con una lista de correo de gente que escribía. No sé tirarme de cabeza a la piscina, pero a aquella lista sí, con mortal carpado y doble tirabuzón.
Mandé un correo para presentarme y dije que era la reencarnación de Corín Tellado o algo parecido. Lo de Corín Tellado lo recuerdo porque Nacho Ayerbe se rio mucho y dijo que eso tenía que verlo. No sabía entonces, no sabía aún, que no, que no era Corín Tellado, que mi tema era otro. Que había amor en todo lo que escribía, pero no iban de eso mis historias. Cada uno tenemos un tema, Álex lo explicó maravillosamente hace unos días, y el mío no es el amor. El mío es la búsqueda de identidad. Entonces, qué curioso, ya me estaba buscando, solo que no lo sabía.
No me quiero poner moñas ni tirar de frases hechas, pero entrar en aquel grupo fue como cruzar una puerta de no retorno y, mil por mil, me cambió la vida. Decimos esa frase muchas veces: “Pepito me cambió la vida”, “La olla exprés me cambió la vida”, “El gimnasio me cambió la vida”. A mí me la cambió de verdad, porque aquella lista de correo era el germen de la actual Escuela de Escritores. Yo tenía un trabajo en las antípodas de la escritura y conocí a todos aquellos locos capaces de recorrer medio mundo para poner caras a los correos electrónicos, capaces de hacer un fullmonty en Malasaña para que alguien, en el otro extremo del mundo, pudiera operarse de no sé qué, pero, sobre todo, capaces de hacerme creer en la escritura. En mi escritura. Y luego, con el tiempo, dejé mi trabajo. Pero, para cuando eso pasó, ya había encontrado la respuesta a muchas preguntas.
Berna me dijo lo del presente de indicativo cuando leyó un cuento mío, el tercero o el cuarto que mandaba a aquella lista. Me dijo muchas cosas y la mayoría fueron geniales. Pero daba igual, me había preguntado cuál era el motivo para escribir en presente y, joder, no tenía ni idea. Me apunté a un taller. Y luego a otro. Y a otro. Y acabé haciendo tres novelas en presente de indicativo, pero mucho, mucho tiempo después. Cuando ya no importaba.
Entonces, en aquel entonces de vaqueros y tacones, de primeros talleres, juré que no escribiría el relato erótico del curso en el que me había inscrito y lo escribí, claro. Y se lo mandé a Berna. Y me dijo que como relato no valía, pero que se iba a dar una ducha. También me mandó un maravilloso relato erótico de Guido Eytel para que viese la diferencia. No sé por qué hoy me acuerdo de tantas frases de Berna. Igual es porque, cuando empezamos en esto, cuando aún nos estamos buscando, una Berna que te hace preguntas te pone los pies en el suelo y a la vez te empuja para que los levantes y nunca le he dado las gracias. O a lo mejor es que me hago vieja.
Podría llenar mil páginas con todas las anécdotas de aquellos años, con la gente maravillosa a la que conocí, con las mierdas enormes que escribí pensando que ya lo tenía, que era la mejor escritora del mundo. El caso es que, aunque fuera la mejor escritora del mundo, seguí apuntándome a talleres, leyendo, escuchando a los que sabían más que yo, aprendiendo. Y, cuanto más aprendía, más comprendía que igual no era la mejor, tal vez la segunda o la tercera. O más allá, en las medianías de las listas. Y me seguí buscando. Y dejó de importarme dónde estaba o por qué escribía en presente. Y lo descubrí, aunque no sé cuándo ni cómo. No hubo una epifanía, aunque sería precioso que hubiera pasado para luego escribir sobre ello.
He escrito en pasado. He escrito en futuro y hasta me inventé un narrador en condicional, que luego guardé en una carpeta de intentos fallidos. He escrito para jóvenes, para niños, para más niños, para aun más niños y para niñísimos. Pero nunca respondí a la pregunta. Aprendo de los que saben más que yo y de los que saben menos. De los que aciertan y de los que fallan. De los que lo intentan y de los que abandonan. Y ahora ya no me importa por qué ni cómo.
Pero te debo una respuesta, Berna. El presente de indicativo no tiene nada que me haga procurar su amistad más que cualquier otro tiempo, solo que, a veces, es él quien me busca. Y quién soy yo para negarme, si mi amistad procura.
Igual las respuestas esperaron a que te encontraras. Igual tenías que crecer… o creértelo 😍
Sin creérmelo mucho, que luego voy de subidita 🙂
¡Me encanta! Me veo en ti en algunas cosas, pero sobretodo, tu forma de expresarlas me hace sonreír. Gracias por compartir esta historia. 🤗
Gracias a ti, por sonreír 🙂
Veo en tus palabras la voz de la experiencia y me sacas una sonrisa con cada frase. Y así lo digo, así de poetico, porque queda más bonito, y porque me has llenado el corazón de cosquillitas, por haber leido algo que me ha gustado y me ha dado esperanzas y ilusión. No se, es un artículo muy vivo y me dan ganas de vivir. Espero haberme expresado bien, pero así es como lo he sentido. Gracias!
Te has expresado divinamente 🙂 Muchas gracias por tus palabras, Sea. Es de las cosas más bonitas que he leído sobre algo que yo haya escrito.