
Estos días me ha dado por pensar en los procesos de escritura. En fin, es algo en lo que pienso a diario, mucho más cuando los cursos están a punto de empezar, pero es que este año han concurrido varios detonantes. Llevo meses peleándome con la escritura sin engancharme a una historia; leí un hilo precioso de Javier Ruescas hablando sobre sus inicios; vino una mujer a apuntarse un curso y, después de haber pagado, me confesó que no cree en los cursos ni en que nadie pueda enseñarte a escribir, que para escribir hay que tener un don. No es la primera vez que lo oigo ni será la última y lo cierto es que prefiero lo del don a los que dicen que la escritura sale del alma o que los textos no se deben corregir, porque pierden frescura. El último detonante para que me haya puesto a escribir sobre procesos de escritura es que he leído muchos mensajes de gente enfadada, decepcionada, ofendida porque han puesto mucha energía en un proyecto y las editoriales no les han respondido. O porque un lector, corrector, tutor… les ha dicho que su obra no es buena. O porque, después de pagar un curso, no se han convertido en el escritor con el que soñaban ser. Y todo eso me lleva a la misma conclusión: que no hay milagros, que no hay recetas, que no hay atajos. Nadie hace el trabajo por nosotros.
La escritura es una actividad más o menos solitaria y los grupos, talleres y tutores hacen el camino mucho más fácil. Pero también hay un punto de madurez, un punto en el que tenemos que perder la inocencia del niño que cree que todo será fácil y comprender que tenemos que descubrirnos como escritores, desarrollarnos, aprendernos, conocernos. Y que esa labor no la hacen ningún profesor, ningún tutor, ningún vídeo ni ningún manual. No podemos cargar la responsabilidad de nuestra escritura en otros. Bien sabe cualquiera que me conozca que defiendo los talleres de escritura y que he aprendido y me he construido en ellos. Pero he puesto de mi parte, he experimentado, he insistido, no me he rendido. Esa es la palabra. Rendición. Rendirse, en esto de la escritura, es tan fácil como tentador. Y cuanto más alto pongamos el listón de las expectativas y menos tiempo nos demos para llegar a él, más nos acercamos a ese enfado, a culpar a los otros, a la frustración.
Sé que no debería decir esto, pero el mío es el peor proceso de escritura del mundo. No exagero. Si estáis planificando un proyecto, si queréis escribir una novela, jamás (insisto) jamás lo hagáis como lo hago yo. Es un proceso frustrante, lento, poco eficaz y muy desmoralizador. Pero es el que me funciona. A mis alumnos les propongo varias formas de organizar sus proyectos, intento ser flexible y ofrecerles alternativas, pero nunca les cuento cómo lo hago yo (al menos hasta que somos muy amigos).
De verdad que he estudiado, he leído, he observado y, sobre todo, he probado otras formas de hacerlo. Lo bueno de trabajar en la Escuela es que estoy en contacto siempre con escritores, con muchos, y nos pasamos el tiempo hablando de cómo escribimos cada uno. Y el mío es el peor proceso, lo sé, pero, después de un porrón de años y siete novelas terminadas, he claudicado y reconozco que la única forma que tengo de meterme de lleno en una historia es escribir sin saber a dónde voy. Esto, de verdad, es lo peor que alguien sensato puede hacer. Se pierde mucho tiempo, se tira mucho escrito. He borrado veinte mil palabras de golpe, he reescrito el mismo inicio más de quince veces y escribo sabiendo que tiraré esas páginas, esos miles de palabras. Pero es la única forma en la que lo consigo. Pienso al escribir. A eso se reduce todo, no sé hacerlo de otra manera.
Tengo que aclarar que no creo en eso de que los personajes eligen lo que hacen, que la historia tira por donde quiere… Me niego, lo he dicho muchas veces, a que esos personajes o esa historia se lleven el mérito de mi trabajo. Es solo que tengo que escribir para saber lo que quiero contar. He empezado novelas con una frase, con una escena, con una descripción. Sin tener ni idea de lo que quería contar luego. Y en la mayoría de las ocasiones, esa frase, esa escena, esa descripción desaparecen cuando por fin consigo engancharme. Pero era mi detonante.
Es una mala forma de hacerlo. Es un proceso poco eficaz y, sobre todo, muy frustrante. No hay plazos, no sé si conseguiré aclararme después de una semana o de cinco meses. A veces ni siquiera sé si será infantil o juvenil (siempre sé que no será para adultos, pero igual un día me sorprendo). Pero es que, por muchos cursos que hagamos, por mucha teoría que leamos, por muchos (muchísimos) consejos que veamos en internet, para escribir no hay una receta que consista en mezclar ingredientes, batir y hornear. Escribir no es como hacer croquetas, salvo que seas Begoña Oro, que hace croquetas y libros inigualables (y no hornea ni las unas ni los otros, imagino).
Rendirse, decía, no es una opción. Esperar el milagro tampoco debería serlo.
Esclarecedor y alentador a partes iguales. Gracias mil, como siempre 😍
Fantástico!!!
Yo soy medio así: a veces me largo a escribir sin saber como terminará «la cosa». Urgido o seducido por la historia, vaya uno a saber. Me parece un tema para tener en cuenta siempre. Como sobre el futuro de la literatura… en pleno siglo XXI, escribimos en «objetos culturales» que son de otro siglo??
Ernesto, gracias por pasar por aquí y comentar. No sé muy bien qué son los objetos culturales a los que te refieres, pero sí, yo abogo porque cada cual busque su proceso.
Me encantó. Me ayudas mucho. Buena confesión y se lee de un solo tirón. ¡Ahhh… los procesos de escritura! Antes de leerte creía que los escritores publican lo que escriben a la primera. Felizmente tú junto a otros capos existen para guiar. Gracias por todo.
Gracias por leerme, Jaime. No sé otros escritores, pero te garantizo que a mí no me sale a la primera nunca 🙂
Hola Chiki, una valiosa reflexión sobre los procesos de escritura. Totalmente de acuerdo. Yo no sabría explicar como es mi proceso pero me pasa como a ti, no sigo rutas ni tengo planes preestablecidos, escribo a partir de una idea y la propia escritura me va dando nuevas ideas y así va creciendo la historia hasta que se reúne con ese final que va tomando forma durante el proceso. Como dije, no sabría como explicarlo pero tampoco me importa porque no me gusta hablar del método o estudiarlo en manuales, me gusta escribir y como dijo Picasso: «La inspiración existe pero tiene que encontrarte trabajando». ¡Un saludo!
A mí me encanta hablar de procesos y estudiarlos. Pero, sobre todo, creo que cada uno debe encontrar el suyo. Gracias por leerme.
Qué estupenda reflexión. Pero tu artículo, si me pongo a analizarlo, está escrito tanto con brújula como con mapa. Así que, como yo soy bastante híbrida, acabo de tener un desayuno de autoestima subida, jeje. Eso sí, lo bonito es que casi nunca sale bien a la primera. Y yo soy de las raritas que disfrutan en el proceso de corrección, quizá porque al final, si comparo la primera versión con la última, casi siempre acabo con una sonrisa de las que muestran hasta las muelas del juicio. Que aún tengo. Las muelas. El juicio… espero que sí, pero tampoco tanto que me quite mis puntitos de locura, ¡jeje! Un abrazo y enhorabuena por la entrada. Es fabulosa.
Muchas gracias, Adela. El juicio está sobrevalorado 🙂