
A veces invento historias de amor. Casi nunca las escribo, no sé hacerlo. Pero hoy sí, hoy os la quiero contar, porque es una historia tierna, dulce, de las que reconfortan. Es una historia que hemos vivido con altibajos Lara, mi grupo de Literatura Infantil y Juvenil y yo con alguien, hasta hoy, desconocido.
El 8 de febrero escribí esto en Facebook:
En el aula que ocupo los jueves, cuando yo salgo, entra el grupo de guion. Son callados, simpáticos, benevolentes con mi impuntualidad. Al día siguiente de mi primera clase, una pajarita de papel ocupaba el centro de la mesa. Tras la siguiente clase, tres o cuatro pajaritas diminutas la acompañaban. Al tercer día, toda una familia.
Cada viernes desde hace meses, encuentro pajaritas que me dan los buenos días. No he roto ninguna, no he tirado ninguna. Las junto, las coloco. Duermen sobre un ordenador y han empezado a tomar la repisa de la ventana, como esperando a las que faltan por venir, como avanzadilla de una migración que va desde las manos de su creador a mi aula.
Al cabo de unos meses, empecé a dejar folios de colores. Los mismos folios que aparecían intactos por la mañana, junto a unas cuantas pajaritas nuevas.
Los escritores somos muy dados a los sueños, a las historias, a cambiar el mundo aunque solo sea un instante, así que decidí entablar un diálogo con el autor de esas piezas. De la decisión pasé al empeño, del empeño a la obsesión. Y él, o ella, rechazaba cada semana mis folios de colores y hacía dobleces en páginas pintarrajeadas, arrancadas de un cuaderno. Dejé los folios partidos, por si no notaba que podía usarlos; los puse en el centro de la mesa, con dos pajaritas encima, por si estaba ciego; coloqué diez pajaritas encima; quince; todas. Nada.
Me di cuenta tarde de que la historia de amor que me había inventado llevaba meses paseando a mi alrededor, que solo me buscaba para restregarme que era libre. Que no era mía. Que no había historia, en realidad.
Sé, supe, que algún día la historia de las pajaritas aparecerá en una novela y que me sentiré un poco ladrona por usarla. Y que, aun así, crearé para ella un par de personajes que intercambian guiños con figuras de origami. Y que se enamorarán.
Hace un par de semanas, dejé de poner papeles de colores. Desistí del diálogo y asumí que solo soy espectadora de un monólogo precioso.
Es tan duro hacerse a un lado.
Y apareció una flor.
Y luego otra.
Un jardín de flores entre las pajaritas.
En papel pintarrajeado. En hojas arrancadas de un cuaderno.
Flores y pajaritas que alguien planta cada jueves para que yo, nadie más (eh, es mi historia), las encuentre. Y las admire. Y las desee.
Para que las ame así, libres.
Suyas.
Escribí esto porque decidí crear una historia de amor. No inventarla, no. Crearla. Hacerla posible. Y el primer paso fue ver unos cuantos tutoriales de youtube para aprender a hacer pajaritas de papel. Nuestro artista anónimo no hacía pajaritas aunque yo las llamase así. Eran garzas, creo. Pero mi torpeza innata solo dio para pajaritas. Y un corazón en el que escribí “gracias”. Y lo publiqué en Facebook:
Dos tutoriales en Youtube y varios folios arrugados después, he conseguido aprender un par de palabras de ese idioma que me es tan ajeno. Y las dejo sobre la mesa, sin pedir ya, solo para dar las gracias.

Casi daba por perdido el diálogo, incluso llegué a pensar que mi interlocutor, a estas alturas lo había hecho mío, se había enfadado, que le había resultado invasiva o pesada. Qué sé yo. Pero respondió. Y el 28 de febrero escribí esto:
El diálogo fluye. Lento, pero amorosamente juguetón. Cuando el día de los enamorados alguien se llevó las flores, sentí que nos robaban este hueco tan nuestro, y ahora tan de todos. Pero no, qué mal pensada. Solo dejaba sitio para que mis torpes pajaritas y mi barco de niña pequeña tuvieran con quien hablar.
Gracias. Muchas gracias.
Era verdad, alguien se había llevado las flores. Pero me negaba a reconocer que podía ser el final de la historia.
A estas alturas ya estábamos mis cuatro alumnas, Lara y yo tan metidas en la historias que todo se nos hacía poco, que cualquier guiño, por pequeño que fuese, nos parecía un logro enorme. Unos barcos de papel hechos con el envoltorio de un sugus, sin ir más lejos. Sospeché, no voy a negarlo, que esos barcos no habían salido de las mismas manos. Pero también eso me pareció adorable. Si además de mi grupo y el de Guion se habían involucrado en la historia otros alumnos, bienvenidos fueran.
La semana pasada, Sara nos trajo unos papeles cuadrados de colores. Los dejé en la mesa, en un último intento porque la relación se estaba enfriando. En realidad, no sé si se enfriaba, se apagaba o si es que mi paranoia y yo habíamos decidido que no había historia ni había nada, solo un invento de una escritora en horas bajas. Al día siguiente me encontré un montón de esas pajaritas que no son pajaritas sino garzas, de colores.

Y hoy, viernes, después de la clase de anoche, me he encontrado con esta maravilla:

Y con ese adorable papelito que pregunta. No sé si me pregunta a mí por qué soy tan pesada, si le pregunta a nuestro artista por su identidad o si es una colaboración más, otro eslabón (y sí, sé que la metáfora del eslabón es una patata), otro eslabón, decía, venido de fuera para hacer crecer la historia.
Lara y yo hemos hecho fotos, casi nos hemos abrazado al ver las nuevas flores. Kusudamas, ese es el nombre. Y lo sé porque, casualidades y bellas historias de amor, hoy, en twitter, hablando con el profesor de guion de otra maravillosa idea de sus alumnos, nuestra artista, ahora ya lo digo en femenino con conocimiento de causa, nuestra Leticia, nos ha preguntado si nos gustaron las flores que dejó ayer. Y yo me he venido corriendo a contar esta historia. Porque el mundo está lleno de historias grises, tristes, dolorosas. Y los escritores, yo, como escritora, me invento otras que den color. Pero hoy no me ha hecho falta inventarla.
Gracias, queridísima Leticia, por regalarnos estos ocho meses de amor, pajaritas y flores; garzas y kusudamas. Por jugar con nosotras. Por hablar con nosotras. Por demostrarme que sí, que el mundo es gris, pero algunas personas lo colorean.
Me encanta!!!