
No sé si alguna vez, cuando el sol y la luna todavía no eran amantes, cuando los volcanes erupcionaban por la ira de los dioses y las mareas respondían al capricho de sirenas enamoradas pensé que esto de escribir era una misión elegida para mí por el Ser Que Gobierna Todos Los Universos. Supongo que sí. Y supongo que, por esa responsabilidad que no puedo eludir, porque el destino de la humanidad depende de lo que yo escriba, cada vez me siento más pequeña y necesito más hacerme una bolita en el sofá y llorar porque no lo he logrado. Te he fallado, mundo. Y encima no sé llorar, ni ese consuelo me queda.
A veces, cuando me junto con colegas escritores, digo en voz baja cómo me siento. Lo dejo caer y me arrepiento antes de terminar la frase. Qué gente tan maravillosa me rodea, qué dispuestos a demostrarme cuánto valgo y qué bien escribo. Algunas personas, incluso, me abroncan por no valorar lo que he logrado. Pero la bolita del sofá me dice con voz chillona que no gané tal premio, que me rechazaron tal novela, que nadie se interesó por tal otra, que aguanto en este mundo de la escritura y me siguen invitando a las fiestas porque soy simpática y tengo el pelo verde, porque quedo bien en las fotos (bueno, esto no, en las fotos quedo siempre fatal). Son mi pelo y mis colores lo que me hacen única, no mi talento. No mi trabajo. No mi escritura.
Rechazo firmar en las ferias del libro porque auguro una tarde sin ventas y me siento tan culpable, tan avergonzada, que evito el mal trago. De evitar malos tragos sé mucho. Anticipo cartas de rechazo para otros, para ponérselo fácil, las redacto en mi mente y quiero enviárselas solo para que no tengan que pasar por ese trance. No me dueles tú, no te preocupes, soy yo, que no te he alcanzado.
Admiro a mis colegas no solo por cómo escriben, qué bien escriben, jolines, sino por su capacidad de respirar en el agua, porque a mí se me llenan los pulmones de líquido y no hay manera. Será que tienen un talento que no venía en mi equipaje. Será que entrenan más, que son más fuertes. Que no son yo. Soy, insisto, tan pequeña, que una gota de lluvia es un mar infinito del que nunca alcanzaré la orilla. Pero sigo nadando. No me queda otra. No sé hacerlo de otra manera.
¿Quién nos miente y nos dice que tenemos que ser mejores, que nunca es suficiente? Que los valles que dejamos atrás no valen nada si no haces cumbre. Y, sobre todo, quién me obliga a mí a hablar con metáforas todo el tiempo. ¿Es esto ser escritora o solo es una forma de creerme que lo soy? No hay listones, no hay marcas, no hay alturas ni puertas que dan acceso al edén de la genialidad. No existe tal cosa. Pero nos engañamos, yo me engaño, pensando que encontraré esa raya pintada en el suelo. Que no será hoy ni mañana, pero que la veré brillante algún amanecer lluvioso. No sé por qué siempre llueve cuando creo que el mundo se me acaba.
Y sonrío. Sonrío para que nadie pregunte qué me pasa. Y porque es idiota no sonreír cuando hay tanto valle detrás. Y porque es injusto responder con lágrimas a las sonrisas, y con quejas al cariño. Y porque da miedo dejar de hacerlo.
Y me sigo preguntando, cuando estampo una firma, cuando agradezco una lectura, por qué me has elegido, si solo soy una mota de polvo.
Una nota de polvo muy grande, marcatelo en la cabeza
Yo no pienso decir una palabra, ni palmadita, ni nada.
Anda, ya. Si eres una crack y un ejemplo para todos por tu perseverancia. Quién quiere hacer cumbre y ver qué, después del proceloso ascenso, solo hay un aparcamiento.
jajaj, mil gracias, Nacho, que la imagen del aparcamiento me ha hecho soltar la carcajada del día 🙂
¡Imagínate cómo es si tienes el pelo marrón! A lo mejor me equivoco, tal vez hay quien se levanta por la mañana, se mira al espejo y ve justo lo que querría ver… pero creo que la mayoria somos conscientes de nuestra pequeñez. Aunque disimulemos. Lo que nos hace grandes es, precisamente, formar parte de un todo. Y en ese todo hay quien te sostiene, quien te acompaña, quien te mira y te ve enorme… Lo demás, ¿qué importa?
De una mota a otra mota.
De una mota a otra mota, Paloma, un abrazo enorme y cálido 🙂
Chiki, soy Trini, viajando a Reinosa en tren te he recordado no como una nota de polvo sino como un pájaro de mil colores, con unas hermosas manos que vuelan .
Muy feliz por todo lo que me has aportado
Ay, Trini, muchísimas gracias <3 Me hace feliz saber que aporto algo.