
No creo en las musas ni en la inspiración.
Si tuviera que escribir mi propio credo artístico lo llenaría de sustantivos muy poco etéreos, muy poco glamurosos y, posiblemente, nada motivadores.
Creo en el trabajo.
Creo en la constancia.
Creo en la frustración que, más que limitar, empuja.
Creo en la curiosidad, en el deseo. Creo mucho en el deseo, siempre que no sirva para escudar la pereza.
No creo en el miedo ni en los valientes, porque esto del arte no es una lucha de caballeros y armaduras.
Creo en el sí y creo en el no, aunque a ninguno de los dos le doy tanta importancia como para gobernarme.
Creo en el aprendizaje. Vivo por, para y de el aprendizaje.
Creo en la humildad, pero no en los falsos humildes.
Creo en el error y creo en el acierto. Creo en la experimentación que a veces provoca errores y a veces aciertos.
Creo en cada historia que se me ocurre. Y creo, defiendo, protejo el derecho a abandonarla si no me lleva a ninguna parte.
Creo en mí. No porque me lo diga una taza o un calendario de sobremesa, sino porque llevo años trabajando y aprendiendo.
Y una vez dicho todo esto, una vez descartados de mi discurso todos los aforismos huecos, creo también en los momentos creativos, en las gafas de escritora que me ayudan a mirar el mundo como solo yo puedo verlo.
Después de meses de no escribir una coma, de perder el deseo, de forzarme y abandonarme, de planificar y romper, de coger y soltar, he vuelto al lugar en el que me siento cómoda, a ese mirar diferente. Escucho una conversación en el metro y el mecanismo creativo construye la historia, añade todo lo que falta, inventa motivos, giros, avances. Una mujer me muestra una tarjeta de una gestoría para que le indique dónde queda esa calle y, cuando me separo de ella, la imagino subiendo por una escalera de mármol, evitando el ascensor porque sufre claustrofobia. Veo una foto en la pantalla del ordenador de alguien a quien no conozco y sé que la han puesto para mí, como un código secreto que debo descifrar. Y así las historias me persiguen, se me acumulan, me asaltan y me desbordan.
Pero vuelvo a mi credo.
Creo que el arte se nutre de momentos creativos y otros que lo son menos. Creo que, para llegar a este ahora, había que pasar por aquel antes. Y que no sirve quedarse en el sofá, lamentarse, gritar a los cuatro vientos que el mundo está en mi contra. Solo sirve agachar la cabeza y empujar, buscar, provocar. Y frustrarse día tras día porque nada funciona. Y, para mí, para mi proceso creativo, para mi arte, hace falta seguir picando piedra a base de riñones y oficio cuando el agua del fondo se niega a aparecer. Insisto, para mí, no hay ahora sin un antes.
Y por eso creo en el trabajo, en la constancia, en la frustración, en la curiosidad, en el deseo, en el sí y en el no, en el aprendizaje, en la humildad, en el error y en el acierto.
Y no creo en las musas ni en la suerte.
Pero creo en mí.
Ole tú, eres muy grande!!!
Honra merece, de casta le viene… Y viva la madre que me parió 🙂
Corroboro y asiento. Me gusta tu credo, enana 🙂
¡Gracias!
¡Qué maravilla!
Al leerlo me acordaba de aquellas horribles “clases” de catequesis a las que me obligaron a ir, y de cómo era incapaz de aprender el Credo (yo no podía negarme a ir, pero mi cerebro y todo mi ser sí que se negaron a tragar semejantes cosas). Pero este credo tuyo podría aprenderlo ahora mismo porque esto sí que va bien para el alma.
Y lo de las historias que creas me ha hecho sonreír mucho. Ya veo que no soy el único que “se monta una película” cuando veo una butaca nuevecita al lado de un contenedor o echo un vistazo a las caras de la gente en cualquier sala de espera.
Muchas gracias por el credo y por las historias que compartes en Facebook.
Un saludo!
Óscar, es una delicia encontrar locos que inventan historias. Creo que todas mis novelas han nacido de algo que he visto o he oído en el metro, en el autobús, en la cola de la panadería… Gracias por leerme y escribirme 🙂
Me encanta tu credo. Creatividad y trabajo. Supongo que si es tu credo, y nosotros creemos en ti, eso lo convierte también en nuestro credo. Me lo apunto. Un fuerte abrazo.
Me encanta que lo hagáis vuestro, es un regalo (para mí, quiero decir). Un abrazo enorme.
Hay una cosa que me tiene cautivado. Vivir para aprender, concretamente dices: vivo para el aprendizaje. Es una bonita lección de vida. El aprendizaje es la base de la sabiduría, y si por algo creo que merece la vida es precisamente éso. Un saludo
David, vivo para el aprendizaje, sí. Qué vacía me sentiría si pensara que no puedo aprender. Y vivo del aprendizaje de otros, así que cierra un círculo perfecto. Gracias por tu visita y por tus palabras 🙂