
Por culpa de (gracias a) Rolly Haacht, me he puesto a pensar en el proceso de publicación. No el de escritura, el de publicación. Bueno, eso y que tengo que hacer una escaleta para llevarla a clase y no me apetece nada, así que escribir un artículo es la mejor excusa que se me ocurre para procrastinar sin sentirme (demasiado) culpable.
El mundo de los libros ha cambiado mucho. La autopublicación, la autoedición y la proliferación de editoriales pequeñas han hecho que se extienda la idea de que publicar es un derecho. Y que, por tanto, cualquier negativa atenta directamente contra los derechos elementales de cualquier escritor, de cualquiera que escriba. Las redes sociales y los mensajes de ánimo ante una negativa editorial también ayudan a que esa intolerancia a la frustración se asiente en el pensamiento colectivo.
El editor no es un señor maligno empeñado en machacar a los talentos emergentes. Más bien al contrario, es alguien que sueña con encontrar ese diamante que nadie ha visto y hacerlo suyo. Pero es que no todos somos diamantes, qué le vamos a hacer. Y, mientas lo busca, ese editor maligno que acaricia a su gato con una mano enguantada y una risa que haría temblar al mismísimo inspector Gadget lee cantidades ingentes de manuscritos y compra aquello que cree que puede gustar a su público, aquello que alcanza la calidad que exige para ponerle su nombre. Para apostar.
Es verdad que, para aceptar un manuscrito, un editor no solo se fija en la calidad, también piensa en los gustos de los lectores, en la facilidad para vender el libro, en su línea editorial… Me han rechazado muchas veces y por motivos muy distintos, pero la que me puso los pies en la tierra fue la editorial que me dijo que mi libro les había gustado a los tres editores que lo habían leído, pero que la red de comerciales no veía la forma de publicitarlo. Escribir y publicar no son la misma cosa. Ni siquiera escribir bien es una garantía. Pero es algo que todo editor debería exigir y que todos los escritores deberíamos agradecer que los editores exijan.
La tolerancia a la frustración es cada vez más baja en todos los ámbitos de nuestra vida. Exigimos derechos que no lo son y gritamos en las redes lo mal que nos trata el mundo, lo desafortunados que somos, porque no estamos preparados para asumir que tal vez no hemos logrado escribir un texto bueno. En cambio, si es el editor el que exige el derecho elemental a elegir, nos volvemos hidras enfurecidas. Y la burbuja de amigos de mentira que nos dicen que sí, que somos buenos, aun sin habernos leído, crece como un cáncer, comiéndose todas las células sanas que podrían abrirnos los ojos.
En mi mundo utópico, cuando un escritor recibe un rechazo o directamente no recibe respuesta, debería plantearse qué ha hecho mal. Debería hacer un ejercicio de autocrítica para entender por qué su manuscrito no ha llegado al mismo lugar que el de su vecino. Y buscar la forma de mejorarlo. Si no consigo hacer cima igual no son los escalones, demasiado altos, ni las deportivas, demasiado pequeñas, ni el viento, empeñado en tumbarme. A lo mejor es que no tengo la forma física necesaria, a lo mejor no me he preparado para esa ascensión, a lo mejor he elegido el camino más difícil, el más escarpado. El imposible.
Odio las frases misterwonderful. Odio los “si quieres, puedes”, los “no dejes de intentarlo”, los “nadie puede decirte hasta dónde llegar”. Porque son ciertas, pero con muchos matices, y tenemos la mala costumbre de quedarnos en la superficie de la frase y no rascar más. Si quieres, y trabajas para ello, tal vez lo logres. No dejes de intentarlo, pero plantéate qué está fallando en tu camino. Nadie puede decirte hasta dónde llegar, pero déjate aconsejar por los que saben más que tú. Porque hay gente que sabe más que tú. Porque el deseo no es un derecho. Que nos empeñamos en que los personajes de nuestras historias tengan un deseo claro y trabajen para conseguirlo, pero no nos lo aplicamos. Nuestro deseo de publicar pasa de ser deseo a ser derecho porque sí, porque yo lo valgo. Porque cuando he puesto en redes un mensaje diciendo que el mundo editorial me maltrata, cien manitas anónimas me han dicho que tengo razón.
En mi mundo utópico, el escritor que de verdad quiere serlo se preocupa por hacer el mejor texto que pueda salir de sus teclas. Y agacha la cabeza ante los rechazos. Se lame las heridas un rato y después vuelve a la carga, a su mesa, a su teclado. Y tacha, borra, reescribe, pero también pregunta, lee, aprende.
Llevo casi veinte años dando clases de escritura. He escrito unas cuantas novelas y las he vendido casi todas. Pero me he bloqueado. Tengo entre manos una novela que no funciona, así que he buscado ayuda. Porque yo, mis años de profesora, mis manuales, mis teorías y las novelas que he vendido a mis editoras no me garantizan absolutamente nada cuando una historia no funciona.
Toca agachar la cabeza y trabajar, escuchar lo que opinan otros que saben más que yo, que miran desde otro sitio. Toca hacer esa puñetera escaleta de la que estoy huyendo. Y esforzarme para terminar el mejor texto que pueda hacer para, luego, intentar venderlo. Y si no lo consigo, si ningún editor quiere apostar por él, toca asumir que no era tan bueno como yo pensaba. Pero, sobre todo, toca dejar de escribir artículos como excusa y zambullirse en la novela. En la escaleta. En escribir, no en ser escritora. Toca asumir que publicar no es un derecho, es solo la consecuencia deseable de un buen trabajo.
O así debería ser en mi mundo utópico.
Alguien tenía que decirlo…
¡Gracias, Jean Ives! Yo creo que no he dicho nada nuevo, la mayoría de los que estamos en esto pensamos igual, es solo que a veces el ruido tapa las voces.
Tienes más razón que un santo. Un artículo muy bueno, tanto en forma como en contenido. Enhorabuena y un abrazo.
Gracias, Adela querida. Vaya otro abrazo de vuelta.
Ese mundo utópico que comentas no me parece utópico sino lógico. Afortunadamente el talento y el trabajo encajan en ese mundo más que otros factores y eso, es mucho mejor que la otra alternativa….
Nicholas, la lógica no siempre es la que nos guía, pero sí, mi utopía (me) parece bastante lógica aunque no todo el mundo lo vea así.
A mí me pasa que ya no me fio de nadie. No tengo la autoestima suficiente para enviar una novela a una editorial y que me digan que no. Y tampoco para creer a los amigos que me dicen que les ha gustado. Y, a pesar de todo, sigo en la brecha. Prefiero que me digan qué no funciona a la alabanza gratuita.
María, yo creo que la clave está en el punto intermedio. Ni la alabanza gratuita ni la crítica destructiva, pero también necesitamos el apoyo de quienes nos leen.
Pues sí, Chiki, así es. Y cuanto uno o una antes lo acepte, antes crecerá como escritor/a. ¡Jo, cuánto sabes!
Gracias, Juane. No es que sepa mucho, es que hablo mucho y a veces acierto 🙂
Genial reflexión. De hecho yo solía defender la autoedición, pero ahora mismo, años después escribiendo haciendo cursos, leyendo y, en especial, conociendo a otros escritores, comienzo a no verlo claro. La mayoría de autoeditados son gente págada de sí misma, que quieren ver su obra que está sin pulir, con una portada horrible y maquetada con los pies, en Amazon. Y venderla por 0,99 o incluso gratis.
Es el “me público por que yo lo valgo”.
Ni lo valen ni les publican y, por eso, se auto publican. No digo que sea horrible hacerlo, pero me da la sensación que mucha gente no hace la reflexión de la que hablas: ¿Me rechazan las editoriales? Eso es que no saben, soy buenísimo y ellos no lo quieren ver…
Que te rechacen hasta diez veces es posible. Más de diez es posible que debas retocar algo, buscar ayuda, leer más o dejar esa historia y hacer otra.
Yo no tengo nada en contra de la autoedición. Sé que hay buenos autores que han decidido explorar esa vía porque económicamente les renta más o porque prefieren tener el control sobre el proceso de edición y venta. Y me parece una opción magnífica, que además lleva un curro de la leche si lo quieres hacer bien. Lo que me pone un poco más nerviosa es la gente que lo hace solo por no esperar la respuesta de un editor o por no dedicarle el tiempo necesario a la corrección.
Esa es ma idea. Hay gente que autoedita y hacen reír. Ser publicado requiere de un inmenso curre que algunos no quieren asumir por ego.
Yo cambiaría el término sarcástico “Derecho a publicar” de los autores, por “Obligación de publicar” de los editores. Yo, personalmente, he aprendido que buscar editor no es la única vía para hacerse leer y que tampoco es lo que ingenuamente imaginaba, sino un negocio. Yo quería publicar para enseñar, para hablarle a la gente, pero hay que pensar antes en que el mensaje sea vendible. Es lo que hay y si no se acepta, los autores caerán como yo, en algún momento, en lloriquear por sentirse rechazados.
En realidad había poco sarcasmo en el término, Juancho. Tal vez no sea la palabra más acertada, pero es algo que me parece dolorosamente cierto. Y el foco, en este caso, quería ponerlo sobre los autores, no sobre los editores. Gracias por leerme, por comentar y por contarme tu experiencia.
Estupendo artículo que encaja a la perfección con el último que he escrito (no, no voy a poner el enlace porque no he venido a hacerme publicidad) en el que hablo de esa gente tan pagada de sí misma que se ofende cuando comentas errores en su texto para ayudar a mejorar. Si no les aplaudes, eres su enemigo. Si no aceptan las primeras críticas, ¿cómo van a aceptar negativas editoriales? Eso no entra en su mundo, que no es el nuestro.
¿Plantearse qué hacen ellos mal? Ni de coña, porque son genios, sus ideas son las mejores, la ortografía es un invento del diablo para frenar su creatividad. La culpa siempre es de los demás. Todo esto nos viene genial a los demás, porque nos resulta más fácil destacar cuando la mediocridad es abundante.
Gracias por leerme, Isabel. Buscaré tu artículo, por supuesto. Yo creo que es una mezcla de todo, gente a la que le cuesta asumir sus debilidades, gente que no tiene herramientas para hacerlo, burbujas de falsos amigos… Pero estamos en este mundo de la escritura para crecer, para mejorar y para dar lo mejor de nosotros mismos.
Hola, interesante análisis, pero estoy parcialmente de acuerdo. Como todo en la vida hay dos polos o posturas. En las industrias creativas hay de todo, desde aquellos que filtran bien los contenidos hasta aquellos que se convierten en saboteadores. Creo que la medida para establecer si el error es del escritor y no de la editorial es extrapolar opiniones con críticos, couching, otras editoriales, etc. Si vemos que persiste entonces hay que tomar cartas en el asunto. Además que en la era de lo digital también es válido hacerlo por cuenta propia, no veo el inconveniente.
Mynor, yo no creo que haya error en que una editorial tome sus propias decisiones ni creo que haya que tomar cartas en el asunto ni hacer nada. Es una empresa y decide. A partir de eso, cada autor y cada lector eligen también si quieren relacionarse con esa editorial. Y, por supuesto, no tengo nada en contra de hacerlo por cuenta propia, de la autoedición. Bueno, en realidad, es que no tengo nada en contra de nada 🙂 solo reflexionaba sobre nuestra tolerancia a la frustración.
Gracias por leer y comentar el artículo.
Wow! Me encanta lo que planteaste y, déjame decirte que soy una novel y tengo muchas ideas y que además, apenas tengo dos años que escribo. No obstante, si quisiera a una persona a mi lado que me indicará si mis texto son llamativos o por lo menos oriente en la dirección de mi textos. Ya que me ha pasado que digo una cosa y me dice que mi texto es inentendible, pero cuando me suguieren algo, no es nada de lo que yo realmente quiero decir. Y estaría muy agradecida por tener un persona así.
¡Gracias, Virginia! Seguro que encuentras a esa persona que te acompañe en la escritura.
Excelente artículo, Chiki. Un gusto haberte leído.
Sólo agrego que también creo que estamos en una época de “escritoritis”. La cantidad de personas que creen que pueden o deben ser escritores se ha incrementado, aun cuando no tengan la menor idea de lo que se trata y, peor aún, que ni siquiera han tenido una preparación previa como lectores profundos. Tienen en la cabeza no sé qué telarañas y con eso de que abundan por todos lados los artículos de que “cualquier puede volverse escritor”, o de que hay que escribir no sé cuántas chorrocientas palabras por día, o de “cómo aprender a escribir algo que se venda en una millonada”, pues hay muchos que piensan que esto de escribir es el negocio más lucrativo y fácil que existe. Son ingenuos que se deciden por la escritura como podrían hacerlo por el macramé, la venta de hot-dogs o qué se yo (que a lo mejor les puede dar el dinero detrás del cuál andan).
Son en ocasiones quienes con total desconocimiento lanzan los manuscritos a las editoriales, esperando sacarse la lotería. Y no pocas veces son “manuscritos” colmados de fallas en redacción, formato, ortografía y contenido.
Te mando un cordial abrazobeso desde el otro lado del charco y felicidades por este artículo tan puntual.
Gracias, Ernesto, por leerme y por tus palabras. Es verdad que a veces tengo la sensación de que algunas personas creen que la escritura no requiere esfuerzo, pero supongo que se dan cuenta pronto del error. Un abrazo enorme.
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Pero tengo un pequeño conflicto interno también. Las editoriales son negocios, no ong’s, que también hay que decirlo, y como negocios, no tienen tiempo de darte pistas del por qué no funciona tu libro. Y no siempre es una cuestión de calidad, como bien dices, y hay otras salidas dignas. Porque también está el riesgo de que alguien que sirva termine abandonando consumido por el síndrome del impostor, Evidentemente no todo el que escribe es escritor, pero luego hay tanta bazofia publicada por grandes editoriales!!! Un dilema.
Es difícil el equilibro, Mar, estoy de acuerdo contigo.
¡Por favor! Qué buen artículo, gracias por gritarlo tan claro 🙂
Muchas gracias a ti por leerme, Poli 🙂
Hola amigos que excelente blog, E comenzado el mio personal y quisiera que lo conocieran con todo respeto para ser algún día como este https://verboescritura.blogspot.com/
Gracias, Andrez, por la visita y por la recomendación.
¡Hola, Chiki!
Llevo un tiempo participando en concursos de microrrelatos. Creyendo que se me da bien y frustrada por los resultados —0 premios y en vías de intentar cambiarlo— acabé inscribiéndome en un curso de la Escuela de Escritores. La profesora nos ha dirigido a una publicación tuya, y mi curiosidad me ha llevado hasta esta otra página.
Me he visto muy reflejada en tu escrito, que, por cierto, me encanta.
Yo también odio las frases de mr.wonderful, en parte porque me recuerdan que en la vida no se consigue nada sin esfuerzo… Por suerte, creo que he emprendido el camino adecuado: ser autocrítica, escuchar a quienes me critican y no quedarme solo con las frases de ánimo de quienes opinan.
Estaré encantada de seguir tu actividad en el blog :). Muchos ánimos con esas escrituras que se nos encallan.
Hola, Susana. Muchas gracias por pasarte (a tu profesora se las doy en el café cada mañana ;-)) y por comentar. Esta profesión es dura, no solo por el esfuerzo sino por la crítica, la falta de éxitos inmediatos que nos refuercen un poquito la autoestima… Pero la elegimos porque nos aporta beneficios intangibles. Si además llegan de los otros, de los que se ven, se leen, se escuchan y hasta se cobran, mejor que mejor 🙂