
A veces me leo.
Cuando los anclajes que me sostienen en el equilibro frágil de creerme(lo) fallan, busco en mis carpetas un archivo de hace tiempo, uno del que casi me haya olvidado. Y me leo como quien se asoma a una fotografía antigua en la que apenas se reconoce y, aun así, o por eso, se ve hermoso.
Qué duro es a veces depender de un aplauso o una respuesta. Mirar el correo. Mirar el teléfono. Cruzarte con ese amigo y aguantar sin preguntarle: ¿Qué? ¿Cómo lo ves? Me leo y pienso que tal vez soy demasiado optimista. Otras, que soy pesimista. Que me regalo halagos que no merezco. Que me regalan halagos que no merezco. Que me racaneo un aplauso merecido. Que son otros los que escatiman.
Qué frágil.
Qué mierda.
He creado un hada que no es hada, pero tiene alas finísimas. Hay tantas hadas ya en la literatura. Y le doy otro nombre para que sea mía, pero sigue siendo una más. Y me leo. Me obligo a leerme en antiguo para gustarme o para gustar a otros, qué sé yo.
Pero me leo y me agarro a la sensación de saber que sí, que soy. Que esta terapia de grupo minúsculo, mi hada y yo, tiene que fortalecerme. Que si ella bate las alas, finísimas, ya digo, alguien en algún lugar sentirá el cosquilleo, aunque no me llame. Aunque no me escriba. Aunque ese amigo agache la cabeza al cruzarse conmigo. Y voy un paso más allá, si el día amanece bueno, y me digo que creo hadas para leerlas yo, para saberlas yo, para sentir el cosquilleo yo. No sé si esas alas moverán aire, viento o una tempestad, puede que mi hada, chiquita y frágil, ni siquiera levante el vuelo. Pero está ahí porque yo le he dado nombre. Y, a veces, me obligo a leerme para recordarlo.
🥰🥰🥰🥰
No hacen falta tempestades. Un soplo, como de vela pequeña de cumpleaños, es suficiente. Es un regalo, para nosotros y para ti 😜
❤️